Post scríptum · 15 de julio de 2014

Mira, te lo voy a resumir así: Anuncia un Gobierno una ley mordaza que bien se podría llamar ley enterramiento de la crítica, la protesta y hasta de la razón. Todo el mundo se enfada mucho —todo el mundo de los nuestros— y se lanzan mil declaraciones verbales —que engendran cientos de miles de reclamaciones verbales— y se convocan algunas concentraciones a las que asisten cien personas. Que sólo vayan cien dice bastante del inmenso esfuerzo organizativo realizado por los que tienen capacidad organizativa. Pero ah del barco, que los que van ni siquiera son de los que tienen tal tesoro entre las manos, muy contentos ellos —los segundos— con apelar a la desobediencia civil para hacerse después el sueco. ¿Qué te parece? Pues espera. Al final del día, una de las pocas organizaciones que intentan algo —algo, aclaro, bien o mal— se marca un desafío justificadísimo al puñetero Gobierno y, a continuación, alzadas las banderas revolucionarias, enardecida la voluntad, emplazadas la libertad y la justicia al combate, se pospone hasta septiembre. Y acaba de empezar julio. JULIO. No se tú; yo me callo porque bueno, es la España que es, con la cultura —ejem— que le ha caído y, en fin, parafraseando a uno de mis antepasados, nuestras vanguardias políticas —ejem— tienen la sensibilidad social y las entendederas de un guarro gordo. Aquí, tricolores de estética, siete de cada diez; tricolores de intelecto —no digo ya de corazón—, uno de cada diez. ¿Ley mordaza? O pobreza, exclusión, saqueo de las arcas públicas, más vidas de pobres y rebeldes para la picadora del sistema penal, todo retrasado —como todos los años— hasta un otoño caliente que no será ni templadito —no me jodan— porque no se puede hacer país que merezca la pena desde el olvido de más de su mitad, que no tiene descanso. En cuanto a mí, lo que ya sabes, como tú. La familia bien, espero. Salud y República.

Madrid, julio.


— Jesús Gómez Gutiérrez


Si les gusta lo que leen


/