La Prome · 29 de agosto de 2014

Me gusta mi hígado, que lo sepáis; le tengo aprecio. Mal estaba la vida cuando Ethon venía cada mañana y me lo sacaba a cachitos; burlas a los grandes para dar a los pequeños y ah, se siente, pagas el pato, origen del paté, que es de-de-de, en efecto, hígado (perdón por el ramploncísimo chiste); pero esto ya pasa de castaño oscuro; esto ya no es que robara el fuego a los dioses y les pegara el cambiazo para que vosotros comiérais carne y ellos, huesos; ni yo me acuerdo de aquellas empresas, y si no me acuerdo yo, que tengo tiempo de sobra para acordarme, ¿quién? Ya ni siquiera estoy encadenada. Trabajo si hay trabajo, cobro mierda, malvivo máximamente, vivo mínimamente y, como muchos, me troncho cuando me asomo a la ventanilla del Metro y las vías le dicen al tren que me transporta, cantarinas y taimadas: «Eres libre de elegir tu destino». ¿Por qué vuelve entonces Ethon? Se lo he preguntado: porque estás en la lista negra, viene a decir. Si hubiera a quien rendirse, me rendiría; como no hay, se van a enterar las vías y los dioses.

Madrid, agosto.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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