Dentro del mundo · 3 de julio de 2008

El centenario del nacimiento de Salvador Allende se ha recibido con el mismo entusiasmo, dentro y fuera de Chile, que otras conmemoraciones del proceso abortado en 1973. En la historia republicana de América Latina no hay ningún hecho tan internacional. En gran parte, porque el lenguaje y los objetivos del ex presidente chileno y la Unidad Popular eran hijos de su tiempo, que también es éste: socialismo y democracia; un Estado social y de derecho, como afirma la Constitución española, que en la otra orilla del Atlántico ni siquiera se había llegado atisbar.

Pero hay un factor que explica el antes y el después de ese símbolo. Chile, un país pequeño y pobre en comparación con los grandes del continente, y con una sociedad no menos dual, siempre ha estado en el mundo. Es el único país latinoamericano que, desde el día de su independencia, ha sabido usar su cuerpo diplomático para algo más que viajar a sitios exóticos como Europa y alimentar el nacionalismo. Su éxito, cuando lo tiene, es el éxito de los que saben llegar a acuerdos y ganarse aliados; de los que prestan la atención debida a la política internacional.

Lo sucedido hace unos días con la directiva de retorno en la UE tiene bastante que ver lo anterior. Si los gobiernos de América Latina hubieran sabido formar bloque y presentar objeciones a través de sus socios, la decisión de las autoridades europeas podría haber sido distinta. Porque las reacciones tardías no sirven de nada; son propaganda para consumo interno.


Publicado originalmente en el diario Público, de España.
Madrid, 28 de junio.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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