La excepción boliviana · 15 de septiembre de 2008

Es posible que el conflicto de Bolivia sea el más equitativo de América, en el sentido que Descartes daba a la razón: todos estan convencidos de tenerla. Y todos quieren más, aunque en este caso suponga más muertos, más desconfianza entre las partes y un futuro hipotecado por el odio, que no suele contribuir positivamente al ordenamiento económico y político. Porque Bolivia no está a borde de la guerra civil, sino en un juego de medición de fuerzas que, a falta de cauces adecuados, se desarrolla en la calle y con sangre.

Evo Morales llegó a la presidencia con el compromiso de transformar un país desigual y profundamente desestructurado, dos problemas que a estas alturas son, respectivamente, el mayor éxito y el peor fracaso de su gobierno. Más allá de gestos grandilocuentes y no siempre útiles, la gestión económica ha empezado a dar frutos en el objetivo que se persigue, que es la reducción de la pobreza; pero las relaciones internas, tanto entre el Ejecutivo y las provincias como entre los distintos grupos étnicos, son harina de otro costal. El fundamentalismo antropológico no es buen libro de cabecera. No lo es en manos de la oligarquía y tampoco lo es en las de un gobierno que se define, cuando no tiene un día excesivamente antioccidental, como progresista.

Lo único excepcional de los muertos de Pando es que se pueda mantener tal grado de excepcionalidad diaria sin que Bolivia sufra males mayores. Pero ésa es la normalidad del país. Lo que Morales debía y debe cambiar. Por muy irresponsable que sea la oposición, por indefendibles que sean algunas de sus posturas, la responsabilidad final siempre recae en quien tiene la acción de gobierno y la obligación, presuntamente olvidada, de acomodar la acción de gobierno a las características de sus gobernados. En política, la confusión de realidades y deseos y la elección de tiempos incorrectos son tanto más peligrosos cuanto mayor es el reto que se afronta.

El resto, empezando por la expulsión del embajador de EE.UU. y terminando por la intromisión enésima del presidente de Venezuela, no ayuda en nada a Morales. El Gobierno boliviano, un gobierno elegido democráticamente, tendrá el apoyo de la comunidad internacional ante cualquier intento de subvertir el orden. Lo que no tiene, ni desde luego va a conseguir por el procedimiento de apelar al discurso de la traición, es el consenso que necesita. Cuando se levante el estado de excepción en Pando y el lenguaje político recupere un tono admisible, quedará la misma situación de empate técnico que antes. Un tipo de subversión más lenta, menos llamativa, pero indudablemente grave para las perspectivas de Bolivia.


Madrid, 13 de septiembre.
(Diario Público, 15 de septiembre)


— Jesús Gómez Gutiérrez


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