España sin corona · 17 de julio de 2011

Dentro de poco no quedará nadie que el 18 de julio de 1936 se acercara a la mayoría de edad; la guerra civil se irá desdibujando hasta convertirse en una fecha más, quizás transcendente, pero una fecha más en un archivo abarrotado de fechas transcendentes. Cuando eso suceda, seguiremos sin monumentos a Manuel Azaña, Juan Negrín y Vicente Rojo; no tendremos Arcos de la Victoria ni un mal festivo dedicado a la Defensa de Madrid y, por supuesto, ninguna de las unidades del Ejército español llevará el nombre de ninguna de las unidades del Ejército español, es decir, el Ejército republicano. La victoria franquista en los símbolos institucionales habrá sido total.

El Reino de España se levantó sobre la equidistancia entre las fuerzas democráticas y las del fascismo; vivimos en el único país de Europa donde los causantes de nuestra guerra y de la II Guerra Mundial pasarán al archivo de la historia sin haber sido juzgados ni haber pagado de ninguna forma, ni siquiera simbólica, por lo que hicieron. Es evidente que en 1975 no se podía; pero la imposibilidad posterior, que ya ha llegado a la segunda década del siglo XXI, no se debió a que la caverna amenace con destruir la democracia, sino a la imposibilidad de juzgar el franquismo sin que la memoria republicana deje de ser un rescoldo y se convierta en un peligro real para la monarquía y para el mito de la transición política.

El 75 aniversario de nuestra segunda guerra de la independencia, como la llamaba Antonio Machado, ha llegado cuando España se ha quitado la corona del Reino y ha empezado a ser ella misma. El 15M es, se sepa o no, se asuma o no, se quiera o no, República. Lo es por los hechos consumados, porque el sistema ha enseñado sus cartas y ha dicho esto es lo que hay y esto es lo máximo que tendréis, pero sobre todo lo es por su propio latido, porque la gente ha empezado a crear y a pensar fuera del sistema. Como en la época de la Restauración borbónica, asistimos a los primeros pasos de un movimiento regeneracionista que, en origen, sólo buscaba «una España libre a la que podamos servir sin amargura».

El 14 de abril de 1931 no fue un golpe de suerte; fue un trabajo de muchos años que no podía tener por protagonistas a los ideólogos y a los partidos de la Restauración, sino a las fuerzas culturales que se negaban a aceptar sus límites. Para que la República sea política, primero tiene que ser cultura; para que alcance el Parlamento, primero debe alcanzar la calle. Hasta el propio Manuel Azaña fue escritor antes que político, y no se habría fundado Acción Republicana sin una larga evolución anterior. Cada 18 de julio recordamos el principio del fin de todo aquello. Pero esta vez tenemos un principio cuyo fin, si no cejamos, si insistimos en exigir libertad, educación y justicia, será inevitablemente una bandera roja, amarilla y morada.

Madrid, julio.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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