Inversión necesaria · 3 de septiembre de 2011

Ahora sí, ésta es la buena. Levanta el bidón, lo inclina y vierte el contenido sobre el teclado. Lo vierte con delicadeza, sin prisa, como aliñando una ensalada. El asunto lo merece.

Por fin, deja el bidón en el suelo y contempla la gran oquedad de la hornacina de metal y plástico, en cuyo fondo brilla una pantalla con presunción de altar. La pantalla anuncia unos depósitos. Porcentajes, porcentajes. Dinero seguro en letra verde con fondo amarillo claro, de palacio zarista.

El hombre mira. El hombre parpadea.

Esta vez no hay aliño. Vuelve a levantar el bidón y rocía la hornacina con el líquido denso y suave al tacto que, momentos después, tocado en uno de sus regueros por una llama, arde sin el menor apocamiento. Es el segundo cajero; el segundo de la noche, porque ya ha quemado otros. Pero los anteriores no bastan. Sólo son la inversión necesaria en antecedentes penales.

También sin prisa, se dirige a la comisaría del barrio y se confiesa autor.

Días después, en el periódico, se dice: «En su comparecencia, tanto en la comisaría como en el juzgado, el hombre admitió que había actuado así porque estaba harto de no tener donde dormir ni qué comer, y que sólo quería que lo metieran en la cárcel.».

Madrid, septiembre.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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