El último acto · 27 de marzo de 2013

Pobre Bersani; el hombre jura estar por el cambio y promete que, si los de Grillo le apoyan, será bueno. Al otro lado de la mesa, los representantes del M5S responden que se apoye en un cirio, porque llevan veinte años oyendo las mismas tonterías y nunca cambia nada. Cuando termina la reunión, el líder de los socialdemócratas italianos está de los nervios. Son horas cruciales en la UE; una gota que no cae, una gota que cae y adiós el tenderete. Es fundamental que Italia obedezca. Y que dentro de unas horas, cuando abran (si abren) los bancos de Chipre, los números se queden quietos y no hagan cosas raras.

Pero los números insisten en hacer cosas raras. Los CDS, la prima de riesgo y, de repente, un periódico de Londres filtra el decreto de control de capitales del Gobierno chipriota, que aún no es oficial. Blablablá, restricciones, cheques, cantidades máximas y un límite de vigencia, una semana, con el que algunos hacen sangre: uno dice que se come el sombrero si se levanta en siete días; otro, que él se come las zapatillas. Nadie tiene la menor confianza en nada de lo que Bruselas mangonee. ¿Siete días? Como si son siete minutos o siete meses. ¿Tiembla el euro? Como si no.

Los números se han emborrachado tan maravillosamente bien con la creatividad contable que hasta en Alemania se empiezan a publicar artículos contra la política de la UE, es decir, alemana. Por el M5S, por Syriza y por los manifestantes que hoy asediaban la sede de la UE en Nicosia, se ha empezado a romper un muro que, hasta hace poco, parecía eterno. Pero el fin de Bruselas será responsabilidad de Bruselas. En su empeño por salvar el euro, destruirá su Europa. Sólo falta el último acto.

Madrid, marzo.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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