Las 12 hogueras de O. · 28 de mayo de 2014

Nuestros países son territorio de la poesía, género que irónicamente se expulsa a los rincones, donde la obra tendrá lo que tenga y el poeta, menos que la obra. Por suerte, algunos nos encontramos; y no siempre de uno en uno. Hoy llegan dos a Malasaña: Rafael Gutiérrez, poeta guatemalteco y, a través suyo, Roberto Obregón, capturado en 1970 en la frontera de El Salvador y desaparecido desde entonces.

Dice el autor, buen amigo: «Como tantos otros, jamás se supo de él. Integrante del grupo Nuevo signo, dejó a su muerte un importante legado poético entre el que se encuentra El fuego perdido, sin duda su más valiosa colección de poesía. En 1995, tras 20 años de búsqueda y acopio, publiqué Recuento poético, una recopilación de su obra completa. Gracias a Roberto Obregón, a quien dedico hoy este poema, encontré mi camino a la poesía y al compromiso revolucionario.»

—Jesús Gómez Gutiérrez—




    Las 12 hogueras de O.



    de Rafael Gutiérrez.



    I

    Un hombre crepita hogueras.
    Guarda fuegos en el bolsillo de su aorta.
    Afila los colmillos del coraje
    y no sabe aún cuántas veces
    será lanzado de cara a los hervideros del dolor
    por dar aires al pájaro de la hermosura/
    pellejo al espinazo hecho leña pero contento.

    Lo sabe y astillamente se hoguera. Y así va/
    fuego que nace y renace a la dicha y la desdicha.
    Pero lo hace y le place
    pues por nacimientos diarios está que le ladra y ladra la puta muerte.


    II

    Fuego que naciste sin suficiente leche diurna.
    Leche que das de lechar a duras penas a los apenados:
    Apiádate/ dí que no/ hazte aire/ ceniza/
    procrea equívocos/aguas salvadoras/puentes levadizos
    para que el martirizado no vaya en pos de su martirio.



    III

    Avanza despacio por sobre los surcos de la noche/como diría él.
    con la estrella reflejada en el charco del aguacero.
    Lleva O. su octavo de guaro
    para poner a bailar a la diabla a orillas de su vereda tropical.
    También por si acaso una 45 para vidriar en hilachas
    a quien robó el fuego a los hombres/ y de encabronados
    que iban como bolas de furia repartiendo incendios en fincas/
    calabozos y blindadas máquinas de producir labios sin pico/
    ubres sin una sola luna/
    los trocaron/ así nomasito/
    en espectros cuya sombra es hoy su propio espanto.
    Y rompen de pronto a llorar solitos.
    Y rompen de pronto a llorar solitos.


    IV

    Lección primera de O.: no hay poder más finito/ infinito
    que un ventarrón de furores que cielen/ zumben uno más cuatro/
    cuatro más treinta/unidos/reunidos/azulados y en flor.



    V

    No hay/ en verdad/ como la unidad del fuego.
    Ella alzó/ ella estiró/ como goma de mascar/
    al hombre por encima de la muerte.
    No la hay. Os aseguro.


    VI

    Ni mierda con eso de animalas de huevos planetarios/
    placeres placentarios/
    males malacates/tarántulas atarantadas con cartas de doble fondo/
    orines que adormitan y apendejan molleras/
    inauguran el arte de dar brillo y esplendor
    a sucias suciedades.
    Si acaso sólo la miel/ miel.
    El vuelo/ vuelo.
    Pues no hay dulzura/
    ni altura donde no nazca ni primavere la brasa
    que será hoguera/ gorriones/ alimenteros.
    No alimenteros de gula/ de gala/ ni esqueléticamente.
    Qué va.
    Alimenteros grandesmontes/ grandesmadres/ grandespadres.
    Eso sí/ de los que alcanzan para que todos coman/cabal/
    completitos/ asaz rojos de amarillos/
    líquidos de música asada/ y cantando como es natural en el mirlo.
    E inviten a Rosa que/ aunque apetidiente/ es igual de hermosa.


    VII

    Primero/ digo yo/ habrá que hallar un mesón de barrio.
    Encontrar allí a O.
    repartido como terrón de azúcar/ tapita oxidada de vino
    donde quepa una ciudad fulgurante/ cielo altísimo
    donde no repten ángeles sino nubes gordas de pura lluvia/
    alumbrones de vasta luz/
    socavones lunares donde atisbemos la cola del cielo y la tierra/
    fulgores que corran/cojan
    como muchachas desnudas y concluyentes.
    Así: donde al meter la mano en la poza del astro/ sí señores/
    no extraigamos una infeliz cabeza decapitada
    sino una pieza de felicidad riquísima/
    redonda/preciosa/hospitalaria e índiga.
    ¿Me permiten? Gracias.



    VIII

    Ha vuelto arder O. en la celebración de la palabra.
    No en ínsulas donde suicidas
    devoran un pasado donde nunca cesa de llover.
    No en la temeridad de la memoria sangrante de árboles y neblina.
    Hablemos claro: quien desaparece y entra cartílagamente
    a la noche inevitable no es muerto/muerto
    Pero tampoco es vivo/ vivo.
    Digamos que duerme. Pero a veces despierta.
    ¿Y entonces? Bueno/ si su cadáver no está/ es señal
    de que todavía nos habla. Y nos baila. Y nos ríe.
    Y palpita como ave de pluma/
    brillante como aullido de piedra/
    comiendo de las vísceras del poema/
    soplando a todo fervor desde sus carbones/ vivo/ redivivo/
    construido/ reconstruido hasta nueva orden/
    nuevo portazo/ nueva vuelta de página.



    IX

    ¿Y de Olga/ se acuerdan de Olga?
    La que cuando reía/
    era señal de que el mundo andaba bien.
    La que cuando andaba mal/
    en las comisuras de sus labios cuajaba la amargura.

    X

    Silencio: La boca del fuego caballa/ en este instante/
    sobre su aldaba de lava.
    Acérquense: La pluma azafrán del faisán estalla/ solar/
    en su braserío de mar.

    XI

    Vi desaparecer a O. en los límites de la frontera.
    Dos/ tres/ cuatro monos forcejeaban innecesaria/
    muscularmente con su otra sombra/
    la que él llevaba/ duplicada como un trompo en su bolsillo/
    por si acaso.
    La de él/ la merecidamente suya/ la mera mera/
    la que lo trajo y depositó sobre este planeta/
    escribía recién un poema frente a sus geranios
    plantados como a 1,000 júbilos de allí.
    Y viendo todo esto/ como en las sagas/
    O. optó por volar hacia otros veranos/
    otras corrientes marinas/
    otras ventiscas donde arder tranquilo.
    Y desde ahí reía. Y desde ahí bailaba.
    Y desde ahí veía como la puta muerte
    no podía/ no podía/no podía.

    XII

    Ah/ y no olviden traerse a Rosa/
    la del rojo rostro rozagante.



    Guatemala, 2013.


    (El presente poemario recibió el Premio Nacional de Poesía Roberto Obregón, convocado por la Escuela de Ciencias de la Comunicación de la USAC.)





— Rafael Gutiérrez


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