La mirada de un guiri · 27 de septiembre de 2008

Hasta las peores películas de Woody Allen tienen algo que las salva. Y Vicky Cristina Barcelona es de las peores. Regular tirando a mal, en el guión: pobre, sin tensión a ratos, insuficiente. Mal, en el contexto: Barcelona difuminada, Oviedo extraterrestre, España vanguardia o cañí. Chocante, rozando el absurdo, en la banda sonora: no responde a los sitios ni a las situaciones, sino a lo que suena en la cabeza de un guiri cuando piensa en nosotros. Pero en el resto, y ese resto es en esencia las actuaciones de Scarlett Johanson, Javier Bardem, Penélope Cruz y Rebecca Hall, funciona.

Más interesante que Vicky Cristina Barcelona, comedia entretenida, inocente en cualquier caso, es el fuera de juego que se ha visto en algunas críticas. La parte fácil se resume en las cargas de profundidad contra Penélope Cruz, en calidad de pago sobrevenido por resbalones de trabajos anteriores y, sobre todo, de ataque a un símbolo muy determinado del cine español. Del mismo modo en que otras veces se ha llevado aplausos que no merecía, aquí se lleva silbidos que no le corresponden. El cine de nuestro país es un montón de basura del que sólo se salvan unos pocos, y la gente tiende a olvidar que el problema no está en los actores; con este panorama, la única forma que suele tener un buen actor de demostrar su talento es marcharse a Estados Unidos. Pero ésa es la parte fácil, decía.

En el antiguo régimen, entendido en un sentido completamente cultural y no limitado al franquismo, se afirmaba que había dos Españas. Cualquiera que nos conozca sabe que en realidad es una, veinte o miles; pero nunca dos, salvo en este caso: la de los españoles, de aquí o de allá, y la de los guiris. A estas alturas, se supone que los primeros deberíamos estar acostumbrados a los segundos; si no por calidad, al menos por tradición y cantidad: cuarenta, cincuenta, sesenta millones de personas que nos visitan cada año en busca de playa, sol, sexo, drogas, aventura, descanso, arte, vino, amor, escenarios. Su realidad no es menos real que la nuestra, aunque se base en la caricatura o el cliché; y tampoco es la misma: si todas escribieran libros, saldrían novelas de caballerías, versiones extraordinariamente porno de Las mil y una noches, mapas de fiestas alucinantes, obras de capa y espada y, me consta, poemas místicos. Pero no España, alega el sumo sacerdote. Error. Por supuesto que España.

La mirada de Woody Allen en Vicky Cristina es la de un guiri, en efecto. Y qué. Por mucho que esa definición se refiera a algo nórdico y externo, guiris también son, si nos ponemos, una enorme cantidad de españoles. No conocen su país, no tienen ni idea de por dónde van los tiros. La caricatura de España que sueña el peor de los ingleses, por ejemplo, no es tan idiota como la de un nacionalista normal y corriente del País Vasco, Cataluña o Madrid. ¿A cuento de qué viene la indignación con el cineasta neoyorquino? Desde el punto de vista de la perspectiva, sólo se le puede criticar que tenía la ocasión de rodar el paisaje urbano de Barcelona y la ha arrojado por la borda. Desde el punto de vista del cine, lo relevante es que su película es floja, que no irreal. Porque la realidad, nuestra, vuestra, suya, plural o singular, nunca ha sido un factor que importe en el arte.

Madrid, 26-27 de septiembre.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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