Desamores · 26 de febrero de 2008

1. Han inclinado la silla para que dos mujeres con bata hagan y deshagan en una boca que es la suya, porque está en el dentista. Suenan los artefactos que taladran, raspan, limpian, frotan, chirrían y, por debajo o encima de ellos, en función de la intensidad del momento, se oye una selección de canciones motown. A veces, cuando su ángulo de visión encuentra un hueco entre la cara de una y otra, mira el techo. Eso es importante. De no poder mirarlo, concentrarse en un espacio vacío, empezaría a cantar.

2. Es lo que pasó con M. y D., supuestos enamorados, cuando D. empezó a recibir cartas durante una de las ausencias de M. y se fijó en el detalle. Todo parecía bien: las palabras de afecto, los giros y expresiones más o menos rimbombantes, el tono subido. Todo estaba mal: faltaban comas y puntos, sobraban espacios y los acentos tenían tendencia a traspapelarse o desaparecer. Si M. hubiera sido otra, no habría significado nada; si D. hubiera sido otro, no habría notado nada; pero M. y D. eran M. y D. y aquello sólo podía ser apresuramiento, desinterés, gesto de quien cumple con una obligación y ni siquiera se molesta en releer lo escrito.

3. Una fiesta, con todas las cosas de una fiesta. En el sector de los objetos inanimados, tortilla de patata y un Glenfiddich de muchos años que una escocesa trae abierta y a medio beber; en el sector de los animados, lagartija en pared de patio y tres conocidas de un hombre a quien devoran con los ojos. Se nota no es ayer, sino el presente. El tiempo les ha puesto arrugas, kilos de sobra o de menos. Y ellas, que nunca habrían mirado a un tipejo de bolsillos vacíos, hoy lo dividirían tranquilamente a hachazos si después pudiera mover los labios y decir «me gusta tu piel, me gusta tu voz, te deseo».

4. Bajo la luna llena, en la Maravillas reducida a Malasaña, una chica con patines lleva de la mano a un chico con patines que obviamente no sabe qué hacer cuando sus pies tienen ruedas. El golpe asegurado llega a lo grande, junto a la iglesia de San Antonio. Como ya te he dicho —se oye desde el suelo—, que te folle un pez.



— Jesús Gómez Gutiérrez


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