Calle · 7 de octubre de 2013

No me interesa la ficción en la política. Me interesan otras cosas. El jubilado que pasa por mi acera y que está claramente solo; se apoya en la barandilla del parterre, se sienta con las chicas de la peluquería, mata el rato. Todas las caras en el transporte del trabajo nocturno y de primera hora de la mañana. Todos los que se atreven a ser distintos, que nunca son suficientes. El tipo al que compro películas por darle algo, y que ahora lleva mi camisa. Las palabras en los libros, porque la mía es una profesión de palabras, y las formas que las palabras forman en el fondo del desagüe.

En fin, otras cosas.

Con esto quiero decir que no participo en ningún juego político que los excluya o aplace y, por estiramiento de la goma, en ningún juego que dificulte el acto de crear. Ya es bastante duro todo como para prestarse a revueltas de mentes tiernas, ahogadas en el eufemismo y la corrección, o al fraude de los funcionarios que agitan banderas rojas como podrían vender cosméticos. Lo primero es la calle. Tanto filo como la calle tenga; tanta desesperación, tanta esperanza, tanta distancia, tanto humor y, sobre el montón resultante, un saco más y lo que tú lleves. El resto es mentira. Campañas, elecciones, encuestas, dialectos de niños bien. Habrá quien crea que el universo se va a rendir por el recurso de acariciarle el cuello con una pluma, pero me da que no.

Madrid, septiembre.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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