Generales · 6 de noviembre de 2015
Ahora nos habláis de generales. Y no de generales de verdad, como los que tuve el honor de conocer: jefes de milicias que terminaron al frente de Cuerpos enteros, y también con menos rango, capitanes, tenientes, soldados del Ejército Popular de la República, generales de sí mismos, lo máximo que se puede llegar a ser, y a veces de miles y decenas de miles que luchaban con ellos por la última España que supo rozar la altura de la vida de uno solo.Vuestro Ejército es continuación del que destruyó aquel país; con sus unidades, sus banderas, sus fiestas patronas. Ha pasado mucho desde entonces, y también había pasado mucho cuando, a principios de la década de 1980, algunos seguimos el ejemplo de un puñado y rechazamos el servicio militar. Entonces no había ley de objeción. Fue una declaración colectiva de insumisión frente el Estado. Nos llamaron a filas: no fuimos. Nos persiguieron: no lograron nada. Nos amnistiaron: rechazamos la amnistía. Y el proceso continuó, con cientos de compañeros en prisión o en busca y captura. El último insumiso salió de la cárcel en el año 2002.
Dicen, yo mismo lo digo, que fue el mayor movimiento pacifista desde la guerra de Vietnam. Y lo fue, pero esa descripción no es exacta. A la razón del pacifismo, siempre más combatiente —por comprometido— que el militarismo de la mayoría, se sumaban otras razones: entre las principales, el rechazo a servir al régimen surgido de la dictadura y, concretamente, en sus Fuerzas Armadas. No podíamos, no queríamos, ser parte de su servil normalidad. No estábamos dispuestos a obedecer a sus mandos, ni a los de un Ejército de chatarra y señoritos ni a los de una política de chatarra y señoritos.
Y ahora nos habláis de generales. Y apeláis al pragmatismo para que seamos soldados de vuestra componenda, que se parece cada día más a la de aquellos que nos querían entre barrotes. Pensándolo bien, tiene gracia.
Madrid, noviembre.
— Jesús Gómez Gutiérrez