Derecho a saber · 20 de agosto de 2008

François Hollande, líder del PS francés, pidió ayer un debate parlamentario sobre la misión en Afganistán. «¿Qué objetivos tiene esta guerra? ¿Cuántas tropas se necesitan para cumplirlos? ¿Cuál es el balance desde el 2001 de la misión militar y de la reconstrucción?» Las preguntas al gobierno de Sarkozy, perfectamente extrapolables a cualquiera de los 37 países que conforman la ISAF, merecen respuesta.

El gran juego que debería preocuparnos en este tablero no es el de Rusia, EEUU, China y otros matones. Eso no es más controlable que la casualidad de una historia bien conocida, la del orientalista que llamó Kim a su hijo y obtuvo un personaje más interesante, y desde luego más real, que el niño espía de Kipling: Kim Philby. Nuestro gran juego (el de la ONU) consiste en afianzar un Estado. En uno de los países más pobres del mundo. Con ingresos que apenas llegan al 6% del PNB. Con un PNB, por lo menos el oficial, que depende en un 60% del narcotráfico. Y en un avispero donde la palabra democracia es una novedad.

Jaap de Hoop Scheffer, secretario general de la OTAN, lo definió en su momento como «la misión más compleja de la historia de la Alianza». Incluso desde el punto de vista puramente militar, es obvio que el Estado afgano no tiene los recursos necesarios para ganar el pulso. Sin intervención externa, la democracia afgana duraría dos horas. Sin el compromiso de la comunidad internacional, siempre tacaño, Afganistán quedaría condenado a la Edad Media y nosotros, todos nosotros, incluidos los que prefieren esconder la cabeza, a un mundo más sangriento.

No leamos el libro al revés. La ONU no es lo que debería; la mala fe y los errores de EEUU han complicado la ecuación; los grandes juegos no son tan fácilmente separables: es verdad. Pero se trata de actuar con lo que tenemos. ¿Se puede hacer mejor? El debate sobre el intervencionismo, que parte de la izquierda rehúye y deja en manos de la derecha, debe salir de las cancillerías. La gente tiene derecho a saber.

Madrid, 20 de agosto.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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