Dentro y fuera · 5 de noviembre de 2008
Decía Paul Krugman con lo del traspiés de las finanzas que EEUU se había convertido en una república bananera. Y es verdad, se ha convertido en, pero no ahora y no por Wall Street, que viene a ser rompeolas de todos los latrocinios, sino mucho antes y por el lado de lo social, lo que cuenta: cincuenta millones de personas sin cobertura sanitaria; sistemas jurídicos, electorales y hasta policiales impropios de un país avanzado y tal grado de renuncia a la cultura del Derecho, necesariamente laica y necesitada de una fuerte apuesta educativa, que el patrón sociológico de la mitad de su población coquetea, a día de hoy, con el subdesarrollo.
Ésa es, grosso modo, la enfermedad. Desde el punto de vista del mundo, lo importante es que EEUU asuma la responsabilidad que le corresponde no en calidad de primera potencia, definición a la espera de sangre, sino de primera potencia democrática. Aunque nos parezca que Irak fue el principio, no lo fue. Ni siquiera empezó con la revolución neoliberal de Thatcher y Reagan. Como alguien ha recordado, esos pasos sólo han sido momentos de una contrarreforma general anti Roosevelt. Lo que ha separado a EEUU de Europa, cuya apuesta por los derechos sociales y políticos desde la IIGM era, por mucho que moleste a neoliberales y nacionalistas, el único rostro civilizado del capitalismo.
De Obama se espera que introduzca parámetros de racionalidad en la política internacional, pero no habrá solución externa sin reforma interior. El dinamismo y la capacidad de recuperación estadounidenses, expresiones muy repetidas en la noche electoral, deben bastante a la explotación de sus propios ciudadanos, los atajos imperiales con factura a terceros y la competencia desleal: mientras la UE mantiene Estados garantistas, con el esfuerzo fiscal y las obligaciones presupuestarias que ello supone, EEUU juega a imperio del siglo XIX. Esto no es un resfriado que se cure con un par de analgésicos; ni es cuestión únicamente de recuperar las formas. Las debilidades del gigante americano obligan a otros en muchos sentidos y van más allá de un delirio bursátil.
Madrid, 5 de noviembre.
— Jesús Gómez Gutiérrez