Política de la imagen · 19 de diciembre de 2008

Debate sobre el narcotráfico en Méjico. No debería haber encendido el televisor, pero el mal ya está hecho y desayuno con él. Asesinatos, torturas, corrupción generalizada y el resumen de un reportaje interesante aunque de intenciones dudosas, al menos en la parte que veo: ladra a la luna. Porque la información que muere en la crónica de sucesos, no es información; se llama morbo y sirve para que algunos periodistas y medios se llenen los bolsillos.

Al cabo de muchas palabras de qué espanto qué chungo qué mal está el afuera, la presentadora ofrece a los espectadores lo más socorrido cuando la propuesta de soluciones importa un pimiento y además no se está por la labor: un culpable. Que hoy es, por supuesto, Estados Unidos. Méjico no tendría ese problema si no estuviera pegado a su vecino del norte, afirma la señora (Méjico no tendría los problemas de Méjico si no fuera Méjico y estuviera donde Méjico). Y así, rapidito que vienen los anuncios, los presentes se felicitan de la perogrullada geográfica y le meten una capita de cultura, que en este caso consiste en achacarla a Carlos Fuentes.

Bien, es la televisión; quien quiera saber, qué pinta aquí. Pero puestos a citar, conviene que las palabras sean exactas y que respondan exactamente a la cuestión. Por ejemplo: «la única forma de frenar la violencia de los cárteles en México es con la legalización de las drogas». Hasta un periodista podría encontrar ésa y otras declaraciones más o menos iguales del escritor mejicano en entrevistas y columnas publicadas por medio planeta. Su opinión no se escatimó por error documental; es que la verdad resulta más incómoda y menos televisiva que miles de muertos sin explicación, sobre todo si se pueden servir brazos, piernas, cabezas y testículos esparcidos por todo Tijuana.

En el mundo real hay pocas cuestiones tan sencillas y de solución tan difícil, que es lo que suele ocurrir con lo que exige de un acuerdo internacional previo. Los Estados medianamente fuertes y medianamente limpios pueden combatir las manifestaciones más oscuras del narcotráfico de manera que no desemboquen en desastre. Pero los Estados como Méjico, donde su propio presidente admite que más de la mitad de los policías son corruptos, no tienen la capacidad de acotar el problema en la fórmula habitual de comprensión e hipocresía: comprensión, porque la política sabe que las drogas estaban, están y estarán siempre entre nosotros; es la condición humana, estúpidos. Hipocresía, porque sabiendo esto, y sabiendo que la solución es legalizar y controlar las drogas como cualquier otro mercado y cualquier otro producto de consumo, se insiste en el engaño moral.

Me he quedado con las ganas de saber cuál sería la propuesta de los tertulianos para despertar a Méjico de su pesadilla; pero qué cabe esperar de la prensa cuando nuestros representantes políticos están en las mismas. Esta semana, un diputado del Parlamento Europeo cargaba con toda la razón contra los gobiernos que pretendían elevar la jornada laboral a 65 horas: «la mayoría están afectados por el virus neoliberal, y el resto por el fatalismo». No sabemos qué hacer, no podemos hacerlo, es demasiado complejo, dejémoslo. La diferencia estriba en que los políticos, al menos por la izquierda que nos queda, saben que jugar con el miedo, el odio y la desinformación no sale socialmente rentable; en cambio, la televisión vive de eso: es la política de la imagen. Y luego se preguntan quién alimenta a la extrema derecha.

Madrid, 19 de diciembre.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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