En espera · 8 de noviembre de 2009
Parece que entramos en época de manifiestos. Nada que objetar. Otra política, otros valores y todo el aparato estético de rigor, que es más o menos bueno pero que nunca, ni una sola vez hasta ahora, incluye lo que espera la gran mayoría de españoles sometidos a salarios indignos, condiciones laborales tercermundistas y la imposibilidad de sobrevivir en el reino de la especulación: medidas concretas y movilizaciones a su altura. Por eso, mientras en el resto de Europa occidental empiezan a surgir respuestas ante el suicidio de la socialdemocracia, en España sólo tenemos silencio.
El Parlamento español acaba de aprobar una ley interesante, la ley de desahucio exprés. Varios millones de pisos vacíos, que fundamentalmente se encuentran en manos de bancos y promotores, y el Parlamento responde como si el incumplimiento diario del derecho a la vivienda dependiera de unos insolventes que abusan del piso de una viejecita y se niegan a pagar. Nos toman por idiotas, y lo somos: ponemos la otra mejilla. Los tomamos por ladrones, y lo son: la corrupción que aflora (muy escasamente) en estos días, no es una imagen sin contexto; es el resultado inevitable de un modelo creado, mantenido y alimentado, todavía hoy, por las leyes de ese mismo Parlamento. En la actualidad, casi toda la antipolítica que se hace en España sale de la Carrera de San Jerónimo.
No cito el caso del ladrillo porque sea uno de los grandes problemas del país, sino porque es el único que se podría solucionar con rapidez. Para el Gobierno sería tan fácil como girar la cabeza y decidir que el viejo cliché de países de nuestro entorno no se refiere a Marruecos, sino a Alemania, Francia, Suecia, naciones con leyes y sistemas fiscales que aseguran el acceso a la vivienda e impiden que un derecho básico se convierta en el negocio básico. Pero el matrimonio de la banca y el sector inmobiliario sólo se ha puesto en duda, y muy débilmente, por la interrupción del crédito: ah, si fluyera; ah, cuando fluya. No tienen intención de cambiar las cosas. Y no es una cuestión de dificultad, sino de prioridades; mientras los socialistas piensen que su votante medio se beneficia de la situación, los demás seremos morralla que debe callar, que debe pagar y que, en última instancia, se puede contentar con un poco de asistencialismo.
A principios de mes, Daniel Bensaid escribía que «la socialdemocracia (…) ha contribuido activamente a desmantelar el Estado social del que obtenía su legitimidad». En efecto, pero la socialdemocracia en un sentido amplio. ¿Qué ha hecho el sindicalismo español ante el ladrillo? Criticar el modelo económico en manifiestos y publicaciones y defenderlo en la práctica por motivos similares a los del PSOE. Hasta ahora, CCOO se había librado de críticas mayores porque, en ausencia de una oposición de izquierda fuerte, era lo único que nos alejaba del abismo. Pues bien, ya estamos en él. Si no cambian de rumbo, podría ser que el primer cadáver de este proceso no tenga apellido político, sino sindical.
Madrid, noviembre.
— Jesús Gómez Gutiérrez