Desobediencia · 11 de marzo de 2011

La ministra de Defensa mira un bombo dorado, uno de los que se usaban para sortear los destinos del servicio militar obligatorio. Han transcurrido diez años desde que el Estado admitió su derrota ante la ciudadanía y ahora toca decir que las cosas no fueron como fueron; que no se perseguía; que no se inhabilitaba; que no se procesaba; que no se condenaba a prisión; que los políticos y los medios del PSOE y del PP no nos criminalizaron a los objetores de conciencia primero y a los insumisos después; que ellos siempre estuvieron a favor de la gente.

En 1989, otro ministro del PSOE, Enrique Múgica, amenazaba con «todo el peso de la ley» a los objetores y nos acusaba de «desestabilizar el Estado democrático y estar apoyados por los radicales y los violentos»; doce años después, el Estado borra de la ecuación a los objetores y festeja el fin del SMO como un triunfo propio. En principio, sólo parece un chiste de los muchos que conforman la transición y sus componendas derivadas; pero es bastante más que eso: es un intento de subvertir nuestra historia política.

El proceso que culminó en el decreto del 9 de marzo del 2001 fue la mayor experiencia de desobediencia civil desde las movilizaciones en Estados Unidos contra la guerra de Vietnam. De desobediencia civil, repito, de negarse a acatar las leyes. Se dice pronto y parece poco, pero fue largo y costó mucho a muchas personas. Incluso en fechas tan tardías como 1997, cuando la batalla ya estaba ganada en la calle, declararse insumiso significaba consejo de guerra y penas de dos años y cuatro meses de prisión.

No todos nos implicamos de la misma forma ni en el mismo grado. Algunos tuvimos suerte y algunos, no tanta; supongo que el «camino de éxito» que mencionaba la ministra no incluye la muerte del insumiso Enrique Mur Zubillaga en la cárcel de Torrero ni las huelgas de hambre, los juicios, las detenciones, los problemas laborales y familiares, etc.; pero en cualquier caso, estoy seguro de lo siguiente: casi todos los que participamos en aquel movimiento volveríamos a hacer lo que hicimos entonces. Nos enseñaron que no hay nada imposible y lo pusimos en práctica. Ése es el camino.

Madrid, marzo.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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