Nueve de la noche · 22 de mayo de 2011

Son las nueve de la noche de un domingo. En Sol, junto al acceso principal del Metro, se debaten propuestas sobre sanidad pública, educación y cultura; se toman decisiones sobre las comisiones del movimiento; se invita a la gente a participar; se recuerda que hablar delante de todos no es tan fácil, «que da yuyu», que hay que tener respeto y paciencia; se pide que la primera exigencia del M15M sea la absolución de los detenidos y se acuerda que de absolución nada, que debemos exigir el sobreseimiento de los casos. En Sol, junto al acceso principal del Metro, hay minutos hasta para insistir en la importancia de redactar bien las peticiones y de aprender de los que saben y se han ofrecido a enseñar.

Como la Comuna de París en 1871, la España que despierta advierte a la dormida: «nuestro triunfo es vuestra única esperanza». Pero parte de la España dormida no está dormida, sino podrida hasta la médula; y otra parte, algo mayor, se resiste tanto a ver la realidad que se sorprende cuando las televisiones escupen los resultados de unas elecciones que ya eran noticia vieja hace un mes, tres meses, seis meses, un año. Si hubieran mirado a tiempo. Si hubieran escuchado a tiempo. Si hubieran hecho algo a tiempo; algo digno, se entiende, porque no hacer nada es hacer mucho, y guardar silencio cuando se acalla y se castiga a los que anuncian lo que va a pasar, es hacer bastante.

Son las nueve de la noche de un domingo. Mientras los medios dedican sus ediciones al pasado, Sol vive. «No es vivir, es huir», alegan el cínico y el idiota; pero si fuera huir, lo sería en el sentido de Blas de Otero: «Salió una noche/ echando espuma por los ojos, ebrio/ de amor, huyendo sin saber adónde:/ adonde el aire no apestase a muerto.» Tomamos decisiones que triunfarán o no, pero las tomamos; reforzamos la voluntad de cambiar las cosas y volvimos a hablar. Los que nos culpan, mienten; los que se deprimen, llegan tarde. «No nos representan», insistimos. Ni estamos aquí para velar un cadáver ni vamos a derramar lágrimas por él. Que las derramen otros: sus beneficiarios.

Madrid.



También pubicado en Letras de Chile.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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