La opinión · 23 de mayo de 2011

No soy un gran partidario de las asambleas. Cualquier grupo en la sombra las puede manipular con facilidad; sólo consiste en poner a las personas adecuadas en los sitios adecuados, siempre y cuando sean personas con cierta capacidad para estas cosas. Pero lo que vemos en Sol no se parece a lo que tantos hemos visto en tantas organizaciones a lo largo de los años. Es un proceso razonablemente limpio; un proceso de la gente. Y lo es, en parte, por un detalle extraordinario en nuestra vida política

Hasta ahora, la gran mayoría de las organizaciones políticas y sindicales de la izquierda han optado por escuchar y mantenerse al margen. Por muchas críticas que merezcan en otros sentidos, ni CCOO ni IU han movido ficha para influir; y eso también vale para CNT, CGT y los restos de la extrema izquierda. La independencia de las acampadas es tan obvia que su falta de recursos lo grita; bastaría que alguien levantara un teléfono para que sobraran mesas, carteles, generadores y se abrieran algunas puertas en los grandes periódicos. Pero ni la gente de las acampadas lo permitiría ni, por lo visto, se ha intentado.

Curiosamente, el mayor peligro de manipulación no procede en este momento de las asambleas callejeras o las organizaciones tradicionales, sino de algunos sectores de las redes sociales. Toda persona bien informada sabe que nuestra ley electoral distorsiona la representación política; también sabe que la falta de pluralidad y de equilibrio en los medios distorsiona la información y, en última instancia, la propia democracia. En virtud de la primera, un voto no es realmente un voto; en virtud de lo segundo, gran parte de la opinión pública se queda sin voz y sin capacidad para influir en la toma de decisiones. Sin embargo, no reparamos en peligros similares cuando hablamos de la Red. Como todos podemos participar en ella, tenemos una ilusión de equilibrio.

Acabo de comprobar las estadísticas de esta bitácora. Recibe varios miles de visitas al día, muy poca cosa en comparación con los grandes blogs de Internet. Exceptuando a un puñado de amigos y compañeros de la palabra, no tiene enlaces externos, es decir, carece del impulso necesario para salir de su ámbito; y por si fuera poco, su lector medio no es precisamente un tipo que se deje influir con facilidad. Pero de todas formas, son varios miles de visitas al día; varios miles de posibilidades de influir en las decisiones de otro y, por supuesto, varios miles más que la mayoría de los ciudadanos que expresan su opinión en Facebook, Twitter, Menéame, etc. Por eso es tan importante la responsabilidad periodística. Por eso es fundamental que se rechace el abuso de poder en el ejercicio de la opinión.

Ninguno de nosotros se dejaría engañar si el director de El País se presentara en una asamblea u organizara grupos de presión para influir en la gran asamblea de Internet; tampoco nos llamaríamos a engaño si Cayo Lara o Fernández Toxo se presentaran en Sol y hablaran en voz alta. Sabemos distinguir al establishment del mundo tradicional. Ahora bien, ¿sabemos distinguir su equivalente en las redes? Cualquier voz merece ser escuchada en cualquier circunstancia; incluso si todos los días se escucha decenas o cientos de miles de veces más que la voz de cualquier ciudadano: la razón no dependerá nunca del número. Pero también es cierto que cualquier sinrazón bien distribuida y con el trabajo necesario entre bastidores, podría desequilibrar las propuestas, por ejemplo, de un movimiento social.

Madrid, mayo.



También pubicado en Letras de Chile.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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