Autónomos · 18 de julio de 2011

Sería fácil decir que los periodistas son, así, en general, sin establecer diferencias, una panda de mangantes montados en el dólar que están donde están porque un familiar los enchufó, porque carecen de sentido de la lealtad, porque se arrastran ante los poderosos con tal de tener otro minuto de fama o porque la pretensión de objetividad ofrece la coartada perfecta para mentir, manipular y dedicarse alegremente a la propaganda; sería fácil pero sería falso, porque también hay periodistas que no entienden de cohechos ni de llegar a fin de mes, que no son hijos de papá, que jamás han trepado sobre el cadáver de nadie, que hacen de su oficio un contrapoder y que se cortarían la mano antes que publicar informaciones tendenciosas. Me explico:

Soy trabajador autónomo. Alguna vez he hablado en estas páginas sobre la situación que padece mi sector, el de los traductores literarios; somos los profesionales peor pagados del mercado laboral, hasta el punto de que el 55% no puede vivir exclusivamente de su profesión y de que el 17% no puede cotizar a la Seguridad Social porque, según admite el propio Estado, carece de ingresos suficientes. En eso empieza y termina la historia de la cultura y del idioma de esta España de señoritos, de la que tanto se jactan los Gobiernos y las grandes editoriales. Un montón de mileuristas y a veces ni eso que se dejan la vista y la vida en un trabajo sin días libres ni vacaciones ni pagas extraordinarias ni, excepciones aparte, un vulgar gracias por los servicios prestados.

En España hay muchos tipos de trabajadores autónomos, en muchos sectores y en circunstancias radicalmente distintas. Algunos viven muy bien y defraudan todo lo que pueden sin que el Estado haga nada por impedirlo; algunos salen a la par con la media de los trabajadores por cuenta ajena y otros, decenas de miles, trabajan en condiciones tan deplorables que, en el caso de los falsos autónomos, se acercan a la esclavitud. Pero es una esclavitud de lo más peculiar. Una esclavitud que obliga al esclavo a pagarse sus propias cotizaciones sociales en un país donde la cotización mínima a la Seguridad Social no se establece en función de los ingresos: es la misma tanto si se ganan diez mil euros al mes como si se ganan seiscientos cincuenta y sin posibilidad de defraudar un céntimo.

A Ignacio Escolar, periodista, le parece gracioso que los autónomos declaren de media menos que los pensionistas y asalariados; no es la primera vez que nos toma a todos por ladrones, lo cual me sorprende por lo que voy a decir a continuación: un periodista puede estar tan mal informado como cualquiera; un periodista se puede cegar tanto como cualquiera en el calor del momento y, desde luego, un periodista tiene tanto derecho como cualquiera a equivocarse. Al fin y al cabo, la fuente original de su opinión sobre los autónomos no tuvo cuidado en separar el grano de la paja. Pero hay otras fuentes originales. Por ejemplo, mirar a tu alrededor; mirar la calle, mirar el país real, mirar incluso a tus propios amigos. Cuando no se mira, se puede perder algo más que la objetividad.

Madrid, julio.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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