Esta maravilla de país · 19 de julio de 2011

Es una situación habitual. A las ocho de la tarde de un lunes, un camarero se acerca a una mesa para servir a los clientes; está enfermo y casi no se tiene en pie, pero no se puede ir porque el dueño del local se lo impide. Por supuesto, podría ir al ambulatorio y pedir una baja y, por supuesto, perdería el trabajo. Así de duro, sin más. Aunque quizás no tan duro como lo que ese estado de cosas ha causado entre los propios trabajadores. Ninguno de sus compañeros lo sustituye. Como el jefe no les devolverá el día libre que pierdan ni les pagará las horas que trabajen por él, nadie le hace el favor.

Son trabajadores por cuenta ajena, pero viven en el mundo de los autónomos: si caes enfermo, te jodes; si te equivocas, pierdes el trabajo; si no te equivocas, puedes perder el trabajo; si dices te expones a perder el trabajo y si dices no, seguro que pierdes el trabajo. En su caso, el compañerismo ha desaparecido porque todos viven situaciones desesperadas y porque la opción de plantar cara al empresario se acerca a la heroicidad cuando se tienen contratos a cual más temporal; en el caso de los autónomos, porque competimos inevitablemente entre nosotros y en plena ley de la selva, sin derechos reales. Pero el resultado es el mismo. Exclusión, insolidaridad y búsqueda de culpables donde no los hay.

Los autónomos somos la cabeza de turco preferida para la mayoría de la población. Nuestra categoría laboral es tan amplia que cabe lo que sea y, si se quieren buscar tres pies al gato, lo que sea será que vivimos como Dios, robando y defraudando, empeorando esta maravilla de país. Ahora bien, ¿a cuánto asciende el fraude de los autónomos? Según datos del Sindicato de Técnicos del Ministerio de Haciencia (Gethsa) supone la miserable cifra del 8% del total si se suma al de las pymes. ¿De dónde viene entonces el cuento del fraude masivo de los autónomos? De algo que en el M15M se conoce bien. De nuestra élite. El 92% del fraude es asunto de las grandes empresas y de las grandes fortunas.

Mientras los españoles sigan con ese veneno tan franquista de que España es tierra de ladrones, no pedirán cuentas por el modelo económico. Ah, el día en que a los autónomos les aprieten las tuercas; ah, el día en que aflore la economía sumergida; entonces seremos lo nunca visto. Lamentablemente, los autónomos no somos causantes de la economía informal. Y más lamentablemente todavía, la economía informal tampoco es una plaga bíblica, sino una estrategia del Estado: permite competir con los grandes desde una economía de bares y ladrillo y con los menos grandes que explotan más y mejor a sus trabajadores. Ésa es la cruda verdad de esta maravilla de país. Pero no dejes que la verdad te estropee una buena noticia.

Madrid, julio.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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