Una calculadora · 10 de noviembre de 2011

¿Cuántos somos?¿Un 20, un 25%? Seamos generosos y digamos que somos un 25%. Me refiero al porcentaje de ciudadanos que quiere un cambio radical y de progreso en España. Pues bien, aunque todos los individuos y organizaciones que conformamos ese 25% nos hubiéramos unido en una coalición imposible para el 20N, el 75% restante seguiría afín al régimen y le concedería, gracias a nuestra ley electoral, bastante más del 75% de los escaños. ¿Significa eso que no se puede hacer nada? En absoluto. Significa que tenemos trabajo que hacer.

En lugar de aprovechar la campaña electoral para sacarle los colores al sistema y relanzar el 15M, muchos compañeros se dedican a emborracharse con sumas, restas y multiplicaciones de voto. Pongo aquí y quito allá, empujo esto y muevo aquello. Es un error y, peor que un error, un error inútil. Porque quizás, si los astros están en posición correcta el 20N, si se realizan los sacrificios oportunos y se evitan escaleras y gatos negros, se podría impedir que la derecha central consiga la mayoría absoluta en el Congreso, pero no se puede impedir que la consiga con las derechas periféricas ni que forme mayorías puntuales con el PSOE para defender el marco y las políticas que nos empujan al subdesarrollo.

Pedir el voto para organizaciones minoritarias es una opción inteligente; lo es a pesar de que esas organizaciones, con algunas excepciones honrosas, dirán el 21N que el éxito es suyo y seguirán haciendo lo que han estado haciendo hasta hoy, política institucional y discursos para la galería. Pero si conociéramos la historia de nuestro país, incluidas las experiencias anarcosindicalistas que merecen salvarse, nos habríamos dado cuenta de que el 15M tenía una segunda opción, más revolucionaria, más cercana a su espíritu y, por cierto, posible: apoyarse en la abstención estructural para conseguir que el 51% del electorado se quedara en casa, es decir, para desacreditar los propios resultados electorales y el Parlamento que surja de ellos.

En política, como en cualquier otro campo, se parte de lo que se es y de lo que se tiene, no de lo que se debería ser y se debería tener. El voto que podría ganar el 20N para el cambio radical y de progreso que mencionaba al principio no está en el electorado español actual; hay que crearlo. La masa crítica que se necesita para cambiar el sistema no está en la población española actual; hay que crearla. Ése es el sentido del 15M. Nuestro movimiento tiene el germen de una revolución cuando toma las plazas, cuando impide desahucios, cuando muestra el conflicto que se oculta y, en consecuencia, obliga a tomar partido. ¿Cuántos éramos un día antes de aquel domingo de mayo? Un puñado. ¿Cuántos somos hoy? Millones. No lo seríamos si hubiéramos estado atentos a una calculadora.

Madrid, noviembre.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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