Culpables · 5 de septiembre de 2012

María, rumana, entra en el centro de salud S’Escorxador de Palma de Mallorca. Al llegar al mostrador, le dicen que no la pueden atender si no paga ochenta y cinco euros por adelantado. Son las normas nuevas. O al menos, lo parecen. Pero lejos de resignarse, María sale del ambulatorio y se dirige a Médicos del Mundo, donde se le informa de que no tiene que pagar nada por adelantado y de que su caso, como todos los casos urgentes, es gratuito.

«Si no hubiera sido valiente y tenido el tiempo necesario para reclamar, ahora estaría en casa con una infección en el oído o con ochenta y cinco euros menos», afirman en la ONG. Y también afirman otra cosa: que en algunos ambulatorios se ha estado cobrando a los inmigrantes sin papeles cuando aún «no había entrado en vigor el decreto» que lo impone. Así, como suena. Antes incluso de que las damas y caballeros de este Gobierno dieran rienda suelta a sus tendencias asesinas. Así, también como suena. Porque dejar sin cobertura sanitaria a cientos de miles de inmigrantes con los bolsillos vacíos es un atentado contra la vida de las personas.

Por suerte, María recibió la atención que necesitaba. Una historia feliz, en cierto modo; buena para los medios y buena para los que quieren creer que el sistema funciona hasta por sus errores. Pero no funciona. Mata, destruye, expulsa. Por cada excepción feliz, hay una norma trágica que empieza en las decisiones de la élite y termina en las decisiones de los esclavos y los aprovechados que los emulan. Que nadie se equivoque. Aunque el grado de responsabilidad sea distinto, el funcionario que intentó engañar a María y todos los que deniegan la asistencia sanitaria, son culpables.

La humanidad empezó a pasar de la adolescencia a la madurez cuando Núremberg anuló la excusa de la obediencia debida. En mi opinión, gran parte del mundo nuevo, del nuevo socialismo que debemos construir, está en ese punto. Alguien dispara las balas. Alguien desahucia a un inquilino. Alguien rechaza a un paciente. Alguien con nombre y apellidos que, cuando forcemos un cambio profundo en las estructuras, no se podrá esconder tras el paraguas de la obediencia. Hasta entonces, en general, sólo tenemos la fuerza de una condena ética. Pero sus nombres se pueden conseguir. Y la ética les puede escupir por las calles.

Madrid, septiembre.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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