Cien días en Guatemala · 30 de abril de 2008

Cuentan que Manuel Estrada Cabrera (1898-1920) afirmó en cierta ocasión: «Para mis amigos, todo; para los otros, la ley». La frase ha dado muchas vueltas por la historia y se atribuye a varios dictadores latinoamericanos, desde Perón hasta Stroessner; pero en caso de duda, el guatemalteco la merece más que nadie: su régimen sirvió de inspiración para la gran metáfora de todas las dictaduras latinoamericanas, El señor presidente, de Miguel Ángel Asturias.

Esa visión perversa del Estado está casi siempre en el fondo de la desigualdad y el subdesarrollo de América Latina. De ahí que los fracasos se cuenten por docenas no sólo a derecha, donde jamás hubo voluntad de cambio, sino también a izquierda, por haber despreciado la urgencia de sacar la democracia de la palabrería y llevarla a las estructuras. Sindicatos libres, división de poderes, fortalecimiento de las instancias de control político, condiciones no suficientes pero sí necesarias de cualquier país avanzado.

Álvaro Colom, que esta semana* ha cumplido 100 días en la presidencia de Guatemala, tiene por delante una tarea especialmente difícil: convencer a sus ciudadanos de que todavía hay futuro. Pero tendrá que hacer algo más que maquillar el sistema fiscal en el paraíso de las maquilas, con empresas que no pagan impuestos y donde el ejercicio del sindicalismo se equipara con la delincuencia. El beneficio de la duda no sobrevive mucho tiempo a la desesperación.



Aparecido originalmente en el diario Público, de España.
(*) Madrid, 26 de abril del 2008.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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