Que se pudran · 19 de abril de 2008

Haití nunca llega a los titulares de prensa con buenas noticias. Esta vez han sido los disturbios provocados por el precio de los alimentos, la crisis del gobierno de René Preval y la muerte de un soldado nigeriano de la Misión de Estabilización de la ONU (MINUSTAH) en Puerto Príncipe. Suma y sigue en una situación donde no cabe el debate sobre Estados fallidos o Estados en formación, porque estamos claramente ante el primer caso.

Si Naciones Unidas no hubiera intervenido en el año 2004, Haití habría sufrido una catástrofe. No es eso, ni la necesidad de mantener el contingente, lo que se discute. Se trata de mejorar el funcionamiento de una fuerza pequeña para un país de 8,3 millones de habitantes y sobre todo de una financiación internacional que no está a la altura de las circunstancias. Ver Haití desde la crónica del desempleo, la pobreza y la violencia es quedarse cortos. Hablamos de un país improductivo, que vive de las remesas y la cooperación y que carece de infraestructuras hasta el punto de que en su capital sólo hay dos semáforos que funcionen.

Pero Haití también es un problema ético. Ciertos sectores de la izquierda, que en esto y otras cosas coinciden con la extrema derecha, habrían preferido que no se hiciera nada. No es extraño que estén en vías de desaparición. Porque si queremos cambiar las cosas, tendremos que actuar. Quién, cómo y para qué se interviene; ésa es la cuestión. Lo demás son formas hipócritas de decir: que se pudran.


Publicado originalmente en Público, de España.
Madrid, 19 de abril del 2008.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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