La función · 8 de febrero de 2016
Muy bonito el vestido, señora alcaldesa, ¿podría posar un momento? Y la alcaldesa posa. Y está guapa incluso más allá del para su edad que puntualizan los desconsiderados con quien ha perdido el privilegio de la juventud. Es noche de gala, vestidos largos, trajes oscuros, cámaras, focos, más cámaras. Pensándolo bien, todo el mundo está guapo.No se puede decir lo mismo de dos artistas que, en ese mismo instante, pernoctan en alguna cárcel de Madrid. Vinieron de Granada para hacer una función. Imagínese, la capital. Y sacaron sus enseres, instalaron el retablo y se pusieron manos a la obra en sentido absoluto, porque el suyo es un oficio donde las manos son literalmente la obra, aunque se oculten. Cuando Giraut de Riquier se dirigió a Alfonso X para que estableciera una categoría en los quehaceres histriónicos, éste lo puso al final, junto a los artistas que exhibían animales amaestrados. Aún no tenía el nombre que lleva hoy. Luego llegó Bernal Díaz del Castillo y, entre combate y combate, en una frase de la «Historia verdadera de la conquista de Nueva España» escribió lo que ya era común en el lenguaje oral: «títeres». De sombra, de varilla, de guante, de marioneta. El último reducto de las representaciones teatrales cada vez que al poder le da por prohibir el teatro; el primero de una tarde de Madrid, en pleno siglo XXI.
La señora alcaldesa parece cómoda con el desfile de gigantes y cabezudos que son las galas de la Corte. Podría estar en su despacho, deshaciendo el mal que causó su policía al interrumpir la función de dos titiriteros. Podría y debería hacer muchas cosas, pero se divierte mientras las víctimas acumulan hora tras hora de prisión, preguntándose por qué están allí, cuánto tiempo estarán allí y qué harán después, cuando nadie los quiera contratar. Está guapa, dicen. Y es cierto. Tiene la belleza de los nobles del Antiguo Régimen en un salón del Antiguo Régimen. Unos reaccionarios, otros progresistas. Contra el pueblo o por el pueblo, pero sin él. Y siempre enemigos de la cultura.
Madrid, febrero.
— Jesús Gómez Gutiérrez