Sentado · 3 de mayo de 2021

El hombre ha llegado desde arriba o desde abajo, no se sabe. Está en el cuarto peldaño de una escalera de alrededor de treinta, en un punto casi equidistante de los extremos. El lugar, la salida principal del intercambiador de Sol; la fecha, finales de abril; la hora, 20.53. Ha llegado, se ha sentado y, en algún momento —por lo que se puede deducir— ha llamado la atención de los guardias de seguridad del Metro, quienes han intentado levantarlo, han fracasado en el intento y han llamado a la policía nacional. Ahora, el hombre está entre tres agentes y los guardias referidos. Uno de los agentes le registra; otro, hojea el objeto que el hombre ha dejado a sus pies, un cuaderno grande, de pastas rojas. Por lo que se alcanza a ver, el cuaderno contiene palabras lentas en párrafos largos y palabras rápidas en anotaciones cortas. La policía le ordena levantarse. El hombre sigue sentado, en silencio. Al cabo de unos minutos de rebelión, el hombre sonríe con toda una frase que tampoco pronuncia, como si sólo tuviera palabras para el cuaderno. Grosso modo, el mensaje es éste: «No me podéis hacer más de lo que ya me han hecho. No me voy». Tiene sesenta y muchos años, pelo blanco, ropa limpia. Ha llegado desde arriba o desde abajo, no se sabe; ha llegado, se ha sentado y, en algún momento —es inevitable—, perderá la posición que defiende y volverá al mundo al que no quiere volver. En el exterior, espera una furgoneta del Samur y varios coches con sirenas.

Madrid.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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