Noche de Perseidas · 21 de agosto de 2008

Es verano y noche de Perseidas. Conde Duque, bajada, giro a la derecha, giro a la izquierda, cruce de Princesa, callejeo y Templo de Debod. La lluvia de estrellas queda para más tarde; ahora sólo es cosa de andar, aprovechando que la brisa ha decretado intermedio y fuga en el trabajo. Ya era hora.

1. Es al fondo, más allá de las sombras de la Casa de Campo, en la Sierra. Sobra decir que entonces no había empezado la fiebre del ladrillo: un bosque, otro bosque, muchas peñas, y en lo alto de ese monte en concreto, con la Bola del Mundo enfrente y Navacerrada a un lado, una piscina, más clara que ninguna, totalmente vacía. Después, largos. Uno tras otro, calculando tiempos, forzando ritmos, atento a la respiración. Perdí unas cuantas medallas y gané un título de mecanografía cuando cambié el agua por la tinta.

2. Me alejo del mirador y de los recuerdos del cloro porque los pies piden Sabatini. Al cabo de unos minutos, el teléfono. Sí, perfecto, en la esquina de Ópera, y la puntualidad de todas las partes, que somos cinco, prologa un paseo por detrás del Senado. Según me cuentan, Ángel va para director y Sandra para un aspecto afortunado de nuestro cine, la dirección de fotografía. Hablamos de eso y de lo que no es eso. Me apetece una margarita, pero el presupuesto es de cerveza. Hay inteligencia, risas, también platos que rabian. Y luego, tras los adioses, pienso que quizás, con un poco de suerte, A. y S. serán para la cinematografía el viento que me ha apartado del ordenador.

3. De vuelta en la calle del cardenal, dignidad que dice poco del Cisneros regente de Castilla y responsable de la Complutense, la Biblia Sacra Polyglota que provocó el Nuevo Testamento de Erasmo cuando éste se quiso adelantar (las guerras secretas del Renacimiento fueron editoriales), encuentro un mensaje de V., que dice: «te rescato el jueves o el viernes». Pasó mucho tiempo, siete u ocho años, hasta que a principios de agosto nos encontramos y fue como siempre, es decir, con el alma en su sitio. V. es de Cádiz por los cuatro costados. Tiene a Eolo, el hijo de Hípotes, mirando por ella y provocando desmayos y derrotas a su paso. Yo sólo siento el sol en el azul.

4. Georgia, Rusia, pregunta P. por correo electrónico. ¿Qué pienso? Para empezar, que me quedan diez páginas antes de que a las cinco y media abra el balcón y busque las Perseidas en el norte. Es el curro, amigo; y lo demás, Sweden (all quiet on the eastern front).

Madrid, 11-12 de agosto.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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