Gol de Uruguay · 26 de junio de 2010

Café cortado y vaso de agua, por favor. Uno de los camareros, que es camarera y casi de la familia a estas alturas, me vacila con lo del agua porque sabe que sólo pido agua si también pido un pincho, y hoy no lo pido, esto me lo callo, porque no me llega el presupuesto; pero la sirve al fin, haciéndose de rogar lo que puede, y la secuencia posterior se resume de este modo: trago largo, giro de cabeza hacia la pantalla y gol del coreano Chungiong, que empata a Uruguay en el minuto 68. Disgustado, me siento con el café. Es una tarde como las otras, calor intenso y el barrio vacío o casi; no se oyen, es decir, no se oyen realmente, pero las chicharras están en la cri cri cri cabeza de cualquiera.

Tres mesas por delante de la mía, un tipo sigue el partido con desolación; se ha sentado tan cerca del televisor, situado en lo alto de la pared, que para seguir las jugadas tiene que doblar la espalda y el cuello hacia atrás. Doy por hecho que será uruguayo y me dan ganas de acercarme y decirle tranquilo, colega, ganáis seguro, pero pasa el tiempo y no marcan y ya he me tomado el agua y el nivel de mi café desciende poco a poco. Entonces entra el tercer cliente, español como yo, que va de madrileño de cintura para arriba y de turista en Torrevieja de cintura para abajo; pide pulga de jamón y una caña de cerveza.

Forlán, azul celeste hoy aunque yo lo vea rojiblanco, tira una falta desde muy lejos; se supone que es un centro, pero le sale tan bien, tan de Forlán, que el portero coreano retrocede y retrocede y la para justo en la línea de meta. El supuesto uruguayo se lleva las manos adonde se llevan las manos en estos casos; mi compatriota cambia de posición en el taburete de la barra; los camareros, todos peruanos, que son cuatro porque han coincidido los dos del turno que sale y los dos del que entra, miran lo que sea menos el partido; me pregunto por qué y aparece un africano negrísimo que me saluda y va directo al cuarto de baño. Es el que siempre pide enfrente. Nos conocemos y nos hemos dicho cien veces nuestros nombres, pero ni el recuerda el mío ni yo, el suyo.

En el minuto 81, coincidiendo con el clic de la puerta del servicio, llega el segundo gol de Uruguay. De puta madre, gritan, o más bien puta madre, sin más: he sido yo. Golpetazo en la barra: del Madrid-Torrevieja, que se lanza a mis brazos. Salto en una silla: del supuesto uruguayo, quien a continuación explica, con el mejor de los acentos marroquíes, que estaba desesperado porque había apostado no sé cuánto por Uruguay. El negro sale del cuarto de baño y se suma a la fiesta. Los peruanos siguen con sus cosas. Aún faltan cinco minutos de partido y ya sabemos que, en fútbol, cinco minutos pueden ser una eternidad. Pero esto está ganado, hombre.

Madrid, junio.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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