Saramago · 19 de junio de 2010

Entonces compraba más libros porque había más dinero para comprarlos y más sitio donde ponerlos, pero no tuve nada que ver con la compra de la edición de Ensayo sobre la ceguera en portugués. Eso fue cosa de ella, que al igual que yo, ya lo había leído en castellano; y ni ella ni yo leímos la adquisición nueva en ese momento, sino más tarde, porque estábamos de vacaciones en Lisboa y en fase tan clara que todos los momentos eran ella y yo.

Aun así, debo admitir que cada vez que paso por delante de la estantería adecuada y reconozco el lomo, me vuelven las ganas de inventar que en efecto lo leí durante aquel viaje, quizás mientras ella dormía o en los alejamientos mínimos de recoger, por ejemplo, una chaqueta que se quedó en el armario. Además de palabras, los libros son también y naturalmente objetos que se asocian con personas, épocas, emociones o instantes, como en este caso, empezando por la búsqueda de aparcamiento en las inmediaciones de la Rua dos Fanqueiros y terminando por una vista del puente 25 de Abril desde el Bairro Alto y en una mañana de agosto.

Con esto no insinúo que mi memoria asocie el Ensayo sobre la ceguera con dos que viajan juntos; ni siquiera con la propia Lisboa, por mucho que me guste y a pesar de que cite imágenes concretas de la capital portuguesa: si lo hubiera leído en Córdoba, en Cádiz o en mi ciudad, Madrid, que es donde he leído todos los libros de Saramago menos uno, habría una calle y una vista que sustituirían a la calle y al puente, pero la sensación sería la misma y la mañana de agosto, también. Espacios abiertos, por temibles que fueran. Manos libres con o sin equipaje. Otro principio. Y hasta el libro es circunstancial; sólo lo menciono porque fue ése y no El evangelio según Jesucristo, La balsa de piedra o El año de la muerte de Ricardo Reis.

Algunos van a echar de menos a José Saramago por su compromiso; otros, por su obra. Yo lo voy a echar de menos por la asociación de aquel viaje. Entre la nadería, la estupidez y la suma de silencios que forman el corpus central de la literatura, surgen excepciones rarísimas que nos ayudan a vivir. «No esforço do nascer está o final,/ na raiva de crescer se continua.» Por el hombre que ha fallecido este viernes en Lanzarote, habrá niños que quieran ser escritores y adultos que se acuerden de cambiar el mundo.

Madrid, 18 de junio.

También publicado en Letras de Chile y Libro de Notas.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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