Nada más · 19 de marzo de 2011

En las escaleras del Palacio de Cristal, en invierno, dos chicos tocan la guitarra. Es Aguas de março, de João Gilberto. Uno la toca bien, el otro acompaña; el que la toca bien, canta mal; en el que acompaña, canta mejor. A su lado, C. y P. escuchan; la primera es rubia, de pelo muy rizado; la segunda es rubia, de pelo muy liso. Sopla un viento típico del veranillo de febrero, un viento casi de verano sólo casi, con una mano en el quítate el jersey y la otra en cuidado, te sacaré los ojos.

Hacia las tres y media de la madrugada, silencio en todo, negro en todo salvo la luz de las farolas y de los cigarrillos, un coche de la policía. Piden la documentación y la consiguen; piden explicación de su presencia y la tienen. «Vengan con nosotros», les dicen a C. y P., que son de carácter, poco proclives a dejarse molestar. En mitad de sus protestas, los dos guitarristas intervienen: uno se lleva un empujón que lo deja espalda contra el mármol; el otro lo aguanta mejor, por alto, tal vez. Al cabo de un minuto, el coche arranca y se lleva a las dos en el asiento trasero, soltando maravillas por la boca.

Los guitarristas guardan las guitarras y empiezan a andar hacia comisaría. «Esto no se va a quedar así», podría haber dicho el primero, pero no lo dice. «Estos se van a enterar», podría haber dicho el segundo, pero no lo dice. Y ya son las cuatro cuando salen por la puerta del Parterre, caminando deprisa, y cruzan Alfonso XII. Chirrido. Neumáticos que frenan en seco. Otro coche de policía que se detiene y otra vez la documentación. «Vengan con nosotros», ordenan; etcétera.

A las cinco de la madrugada, en algún lugar del barrio que por entonces llamaban Huertas, una chica rubia de pelo muy rizado y una chica rubia de pelo muy liso se encuentran en comisaría con sus dos guitarristas. Tienen tabaco, rubio como ellas, qué se le va a hacer; también una cerveza, aunque nadie pregunta de dónde procede. Como la espera es larga, las fundas caen al suelo, las guitarras vuelven y toca otra vez silencio en todo. Nada más.

Madrid, febrero.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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