Al vuelo · 29 de marzo de 2011
1. La historia de Gris y Azul terminó ayer, cuando Azul se levantó de la mesa y dijo, voz brusca y manos cerrando un portátil: «Eres un fraude». La historia de Gris y Azul empezó en la primavera del año pasado, cuando Azul miró a Gris por primera vez y dijo: «Mi Verde». Un cliente del bar, testigo de los dos momentos, los mira y sigue a lo suyo, que es una cerveza bien fría, dorada, en vaso. Puestos a matar la sed, no sería su primera elección; pero es lo que puede pagar y, al menos, sabe lo que paga.2. Uno de los repartidores de tarjetas mantiene una conversación con dos mujeres. Mientras habla, sostiene el taco con la mano izquierda y acompaña sus palabras con movimientos de la derecha, donde la fotografía de una preciosidad desnuda anuncia su negocio. Parece que se conocen y parece que se llevan bien, pero el ruido de la calle los silencia. Al pasar a su lado, se entiende una frase: «No malgasto mi vida y mi inteligencia con celos». Ha sido la segunda mujer, ojos escépticos, burlones. De qué estarían hablando.
3. Cambia el semáforo de Fuencarral con San Mateo. Un chaval cruza de todas formas y provoca una pitada del coche que está a punto de pasar. En la acera contraria, entre el muro de personas, una morena mira a su acompañante y sentencia «joder, qué prisas tiene la niña», enfatizando la jota, el pri y el ni. Casi todos los de su muro y casi todos los del opuesto rompen a reír o añaden comentarios. Sólo dura un minuto, hasta que el hombrecillo rojo cambia de color. Después, los amigos de siempre se cruzan en el asfalto y se separan.
4. «Yo me disfrazo de humorista para que no me coman los hombres serios.» Es de Ramón Gómez de la Serna, aunque él la pronuncia como hallazgo propio en el banco donde mata las horas. A veces, generalmente los viernes, comparte el banco con grupos de estudiantes que están de botellón. Les cita muchas cosas parecidas; los aconseja con las asignaturas y los amores y se gana, con suerte, para un bocadillo. Por lo visto, fue profesor. Cuando alguna chica le sonríe, pierde la barba canosa y parece treinta años más joven.
Madrid, marzo.
— Jesús Gómez Gutiérrez