Adiós, mechero · 6 de junio de 2011

1. Para entonces es demasiado tarde; la camisa está empapada y los pantalones son tres partes de agua y una de algodón, pero los toldos rojos del Dos de Mayo son un buen sitio para esperar que afloje. La gente corre de un lado para otro. Tres grupos se mantienen imperturbables en las terrazas, guarecidos tan malamente bajo las sombrillas que el camarero me bromea: «al último, lo invitamos a una caña». No habrá ganador. Con la tromba siguiente, huyen en grey. Arriba es negro, y toca seguir.

2. En un portal de Madera, casi en Espíritu Santo, se agolpan un anciano con bastón, una treintañera y una niña que debe de ser su hija. Si la anatomía fuera una ciencia equitativa, habría sitio para los tres; pero el primero es voluminoso y ocupa la mitad. Mientras la niña salta, encantada con la que está cayendo, la madre busca y rebusca un encendedor. Derrotada, hace señas a los del otro lado de la calle: un chico sacude la cabeza, otro se encoge de hombros, una pasa abiertamente y esta mano —no, tú no, la otra— le lanza el suyo. La treintañera lo coge al vuelo y lo usa. Cuando lo quiere devolver, su mano choca con el bastón del anciano y el mechero va directo a la alcantarilla.

3. El cine porno de Corredera Baja no estaba tan lleno desde mediados de los ochenta. Y si no el cine, por lo menos la entrada. Y sobra decir que jamás había ofrecido una imagen tan plural de edades, vestimentas y avestimentas, porque en la gama de calados se incluyen camisetas, camisas y vestidos transparentes por la lluvia. Nadie mira en demasía; cuánta educación. Nadie mira dentro; todos afuera. A la derecha, la torre negra y verticalísima de San Antonio de los Alemanes es una invitación a la fiesta de rayos; a la izquierda, la cuesta se sobra para que los incómodos del cine se queden donde están. Pasa un mendigo arrastrando un carrito. Se mesa la barba y ríe.

4. En principio, el tramo entre Divino Pastor y la esquina de Barceló y Fuencarral no parece el lugar más adecuado de Madrid para encontrarse con la belleza en una de sus manifestaciones más terminantes. Pero esto es lo que los ojos ven: masas de nubes negras y grises que huyen hacia el este; todas las gamas de azules al norte; sol al oeste, incluido un arco iris, pero amenazados los dos; y al sur, nimbostratos, cumulonimbos y mammatus en formaciones anárquicas. Llueve, no llueve, diluvia, gotea. Hace calor, hace frío, nace una ráfaga de viento y muere en la yema de los dedos. No es más que una tormenta de verano. Eso dicen.

Madrid, 5 de junio.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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