En bucle · 29 de septiembre de 2011

1. Llegó en junio. Entonces se sentaba en la terraza del bar, daba las buenas tardes, pedía un café y se quedaba allí hasta un buen rato después de que la taza quedara vacía. Con el paso del tiempo, me incluyó en el buenas tardes. En agosto, cambió la terraza por el interior y también me incluyó como destino ocasional de alguna de sus escasas y enigmáticas declaraciones. La de hoy ha sido ésta, tal cual, sin referencia previa ni contexto que la explique: «Las brujas de Salem; no llegué a verla». Y nadie sabe quién es. Sólo sabemos lo que los ojos y los oídos: que es un hombre solo, con gorra de hombre de campo; que nunca pronuncia más de una frase y que sus frases, educadas, surgen de una conversación tan perfectamente lógica como exclusivamente suya.

2. En Tirso, un chaval se acerca a una mesa y pide comida a dos mujeres que están comiendo. Cuando se marcha, expulsado por el camarero, que ha tardado menos de quince segundos en plantarse junto a la mesa, una de las dos mujeres dice: «Seguro que ese gilipollas come mejor que nosotras». Luego, siguen zampando. Ñam, ñam. Tan tranquilas en su pinta de ex progres, esto es, de atascadas en la estética rancia de los que lo fueron hace treinta años, como los tres hijos de perra que hace una semana, cerca de Olavide, le negaban la comida a un viejo desde sus camisas del Chamberí caro y sus medio melenas de señorito criollo o andaluz. Supongo que si las dos y los tres se encontraran en un ascensor, ni siquiera se dirigirían la palabra. Es extraño, porque a los demás nos parecen la misma mierda.

3. Vende bolas de plástico luminosas, de las que cambian de color. La que lleva en la mano está encendida, de modo que, en la distancia de Luna, viene a ser un borrón negro con un destello añil, azul, morado, lila, rojo, naranja y por fin, en el momento de cruzarnos, amarillo. «Un euro, un euro», va diciendo; un euro es el precio del Madrid en bucle; de los que venden mecheros, de los que venden flores, de los que venden pulseras y de los que venden bolas de plástico luminosas. A cien metros, en Callao, hay otras bolas parecidas, pero gigantescas: las que festejaban la Oferta Pública de Venta de las Loterías y Apuestas del Estado, finalmente aplazada. Mientras la policía pide los papeles al borrón negro, las bolas de otra privatización muestran deseos de amor, armonía, buen rollo.

Madrid, septiembre.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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