Un republicano · 24 de diciembre de 2011

No hay una sola nube en el cielo. ¿Qué es? ¿Marzo? ¿Abril? Ha pasado tanto que no lo recuerda, pero hacía frío y parecía mentira que bajo ese cielo y ese sol, los ojos de todos los hombres de la formación buscaran la perpendicular a su línea: los de las filas de atrás, en la cabeza del que estaba delante; los de la primera fila, en cualquier cosa del campo de concentración que no fueran los soldados. Un sol así no debería brillar en un cielo así cuando la mirada está condenada a un punto fijo.

En algún momento de la espera de parpadeos ocasionales y ráfagas de viento cortas, que sonaban como si azotaran una landa, un oficial se detuvo ante la formación y alzó la voz. «Los que quieran comer, que den un paso.» Fácil. Increíblemente obvio. Pero las filas estaban llenas de jóvenes demasiado jóvenes y ya iban muchos días de hambre. Diecinueve de los prisioneros dieron el paso. A la mayoría los ejecutaron en el sitio, sin más; a unos pocos, los torturaron sin más y los ejecutaron después.

Pudieron ser veinte. O treinta, porque es posible que otros dedos como los suyos, de mano nervuda, firme, tostada, también se clavaran sobre los brazos de otros chavales y ordenaran «no te muevas». En cualquier caso, él sólo sabe de su número veinte. Y no hay orgullo en su tono. A veces se salva una vida, a veces te salvan la vida. Él, que no pudo volver a contarme esa historia porque su tiempo, del siglo que moría, estaba a punto de acabar en un hospital de Madrid. Mañana celebraríamos su cumpleaños.


Madrid, 24 de diciembre.

Enlace: La injusticia triunfante de la historia.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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