Sol de enero · 7 de enero de 2012

Parece nada, una noche normal en la plaza que no es plaza sino puerta. Está la gente de los paseos, la gente de las compras, la gente de la espera y la gente de las cámaras. Se ven tres furgonetas y dos coches de policía, además de una ambulancia cuyos enfermeros no atienden a nadie. Algunos de los agentes llevan perros. Parecen nerviosos. No hay por qué. Ninguna concentración a la vista, ninguna protesta, ningún movimiento sospechoso; ningún grupo que no encaje en las categorías de la gente paseos, compras, espera y cámaras.

Son las nueve de una noche de enero que podría ser la de cualquier otro año. Ni los más acostumbrados a mirar la ciudad dirían que la escena es diferente. Lo de la policía y los perros desconcierta un poco, pero es posible que las alturas tengan cena o cóctel o recepción o baile en el edificio del reloj. Con los palacios y ministerios de Madrid ocurre eso, que nunca se sabe lo que sucede tras sus puertas porque no son Madrid, son Estado, otra cosa, un mundo desde el que esa escena, de apariencia habitual, resulta más tópica si cabe.

Ahora bien, nada es normal en la plaza que no es plaza sino puerta. Su pulso cambió hace meses. Los perros lo huelen. La policía lo sabe. Procede de los chavales que hablan junto al Metro, del grupo de la esquina, de muchos de los que cruzan, deambulan brevemente, buscan algo y siguen su camino. Esta noche es un disfraz. Sol es un disfraz. Madrid es un disfraz. Cuando llegue el momento, sabremos hasta dónde alcanza la confabulación que pusimos en marcha un 15 de mayo. Cara o cruz, habrá merecido la pena.

Madrid, enero.


— Jesús Gómez Gutiérrez


Si les gusta lo que leen


/