Lujos · 8 de mayo de 2013

De la feria del libro antiguo y de ocasión, salgo con un ejemplar de Corpus Barga; un pequeño tesoro de uno de nuestros grandes. He visto más cosas. Altolaguirre por allí, Blasco por allá y Zugazagoitia en ediciones de las primeras décadas del siglo XX, de las que mi acompañante se lleva El amor, el dandismo y la intriga, de Baroja, que me pone los dientes largos. Pero no hay dinero para más. Esto ha sido un lujo. Un libro por el equivalente a dos menús del día o siete comidas tan caseras como escasas.

Bajo el sol, se extiende el desfile de turistas y el de madrileños, no sé si españoles, que pasean más que nunca desde que tienen menos que nunca. Entre los últimos, ya en los Austrias, está el de los que piden. A una mujer, cuarenta y pocos, voz dulce, le doy lo que ha sobrado del libro; me ofrece un encendedor que rechazo y da las gracias mientras mira la portada de Barga, como si el dinero se lo hubiera dado él. Por el acento, parece de Ecuador; es decir, madrileña. Y no lo digo por falsa historia de que todos los de aquí somos de otro lado, sino porque viste su pobreza con la elegancia que se nos supone, incluido ese gracias cortés y definitivamente digno que dirige a Paseos por Madrid.

Leo: «Una ciudad es un ser social más definido, con más hechos diferenciales que una nación». Tras un café, llega la noche con las sirenas azules, siempre de un lado para otro, buscando revolucionarios y protestas que empiezan a ser el ladrillo de un palacio y una papelera hasta los topes, parte del paisaje. Cuando no los encuentran, atacan los cantones de las mujeres que dan las gracias; cuando los encuentran, atacan los cantones de las mujeres que dan las gracias. Saben que este ser social es demasiado grande, y hacen ejemplo con el más débil. Ése es su lujo, sin libro. Un país antiguo y de ocasión.

Madrid, mayo.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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