La experiencia · 9 de mayo de 2013
La chirigota se detiene. Son buenos. Cantan sobre la antigua Caja de Ahorros de Madrid y arrancan risas a los caminantes y comerciantes de la zona. Son los del toque, recuerda una mujer junto a la esquina de la gitana de los ajos, que hoy no está. Luego, cuando la canción se aleja hacia Tirso, la calle vuelve a ser como siempre. Sólo es una chirigota. Y alguien dice: sólo es una chirigota. Y alguien dice: pero algo hay que hacer. Y alguien dice: como sea por estos. Y alguien se encoge de hombros.Tirso de Molina es el centro del centro de Madrid republicano. Nunca ha traicionado su antiguo nombre, Plaza del Progreso, que comunica por la línea 1 del Metro con la capital simbólica del Madrid resistente, Vallecas. Pocos saben que, detrás de los azulejos de la estación, se esconden los esqueletos de un cementerio, el del Convento de la Merced. En su día, se habló de fantasmas. La ciudad está llena de historias de fantasmas que la gente desconoce, razón por la cual no ven fantasmas. Con la revolución de la chirigota ocurre algo parecido; se ve pero no se siente y, cuando se siente, dura lo que un caramelo a la puerta de una iglesia. «Y qué», resumen unos chicos de más allá de Portazgo. Es una enmienda a la totalidad. No lo es. Lo es. Dos aseguran que estuvieron en esas cosas y que no volverán a perder el tiempo. Un tercero se ríe de los dos: «ingenuos».
El descreimiento y a veces el rencor de esos chicos tiene un fondo de clase que excede su opinión sobre determinadas formas de protesta. Más que y qué, están diciendo y quién. Tras la última huelga general, un anciano resumía el problema junto al lugar donde estuvo una de las villas romanas de Villaverde, destrozada por el ladrillo: «aquí hay que dar ejemplo y no se da». Entre los muchos detenidos y juzgados de Madrid no hay demasiados cargos políticos, dirigentes sindicalistas y estrategas de la Red. La desobediencia civil, cuando se ejerce, es tan exclusiva de los de abajo como el castigo posterior. El anciano y los chicos coinciden en eso con palabras diferentes; lo suyo no es el encogimiento de hombros de Tirso de Molina, sino la experiencia: obras son amores y no buenas razones.
Madrid, mayo.
— Jesús Gómez Gutiérrez