Dong · 1 de enero de 2014

1. Colas enormes, de gente con prisa. A todos se nos ha olvidado algo de última hora, una botella de champán, las uvas, un postre. Nuestra columna se dobla en un recodo del supermercado y, después, desemboca en dos cajas; tras 15 minutos, llegamos al recodo y elegimos, vamos a ver, izquierda, derecha, izquierda, no: mejor la derecha. Un chaval paga y se va. Una anciana paga y se va. Nos toca. Yo me giro y veo que nadie ha elegido nuestra caja. La cola sigue larga, larguísima, cada vez más grande, pero todos desprecian la caja que está a punto de quedarse vacía, como si la hubieran cerrado. No la han cerrado. Simplemente, no miran; lo suyo es autismo puro, un déficit de atención que los condena a un atasco interminable hasta que la cajera se harta de esperar. «¿Se puede saber qué hacen? Pasen por aquí, coño.».

2. Si me preguntaran, diría que el suceso de la cola dice más del país que el miedo, la destrucción de la cultura política, la resignación, la desorganización, el pacifismo mal entendido. Ya en la calle, el centro empieza a ser de las especies que se juntan en Sol para las campanadas. Cuando griten y beban por el Año Nuevo, tendrán que seguir la fiesta al aire libre: el Ayuntamiento sólo accedió a 31 de las 2000 peticiones de ampliación de horarios que le presentaron los hosteleros. Treinta y una. Para una ciudad de varios millones. (Consigna obvia del mundo desromanizado: Ni pan ni circo. Salvo que el circo lo pongan las empresas y familiares de.) Muchos hacen acopio de cervezas en los chinos. Hay macutos con botellas de whisky, de ginebra y de calimocho para no tener que andar buscando a los indios y paquistaníes de cajón en la esquina y bolsa bajo el cajón. Hace frío; parece que va a llover.

3. Los demás están en las casas; y en las casas, la pantalla rectangular que, antes del dong-dong-dong-doce-dong de la medianoche dará programas a cual más rancio. En el supuestamente progresista se hacen algunas burlas buenas. Luego entrevistan a tipos famosos, supuestamente progresistas; la mayoría se hinchó a ganar dinero y a callar-callar durante los grandes años de la socialdemocracia que, por supuesto, no tuvo ni tiene nada que ver con nada. Ahora, ellos y sus cosas (ellos y sus libros, películas, periódicos, radios, televisiones) son, dicen, el último muro de contención contra el avance de la reacción, on, on. Pero todo el mundo tiene derecho a equivocarse, ¿on? Será que han visto la luz a última hora. Así que la gente habla de horizontalidad y sigue a pies juntillas a esos tipos sin salirse de la cola que ya llega a las pechugas y alitas de pollo. ¡Las doce! Feliz 2014, besos, brindis. Empiezan a sonar los teléfonos.

4. Era francesa, de 25 años. En los periódicos se afirma que la encontraron grave a la altura del nº 41 de Mesón de Paredes y que falleció poco después. Para mí fue un sonido de ambulancia en mitad de los muchos sonidos de la noche. Gente que va, gente que viene, música, sirenas y unos minutos de tensión hasta que las sirenas se pierden y la noche vuelve a lo de antes. No dan su nombre. Estaba con un amigo, de 23, que sigue en el hospital. Al amanecer, Madrid parece la misma de cualquier otro día; también la plaza y el Metro, lleno de chicos que en general están sobrios y de adultos que no tienen fiesta y trabajan hoy. Me pongo los cascos. Tres chavales se sientan en el suelo. Me apetece imitarlos, pero me quedo de pie, Tirso, Sol, Gran Vía, Tribunal, Bilbao y vuelta a la calle, donde la niebla sostiene la caída de enero, 1.


Madrid, enero.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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