Divagación · 22 de mayo de 2014

Me considero un activista que hace lo que puede. Me enseñaron algunas normas, que tiendo a resumir en ésta: golpear hacia arriba, nunca hacia abajo, porque el problema siempre está arriba. La causa siempre está arriba. Y si no lo está siempre, es preferible que los errores terminen de puño en la cara del fuerte y no en la del débil.

Dicho así, suena tan racional como romántico; pero no hay romanticismo en el precio de esa actitud, que sale cara y, en cuanto a la racionalidad, es un traje que no llega ni a posteriori si la piel no sabe lo que tiene que hacer. Me explico: La razón sin sentido (de la justicia, de la rebeldía, de la creación artística y científica, de la propia razón) no es más que una máquina. Sentido: del latín sentire, sentir. Ninguna de las buenas y bellas razones que nos impulsan —cuando nos impulsan, naturalmente— termina buena y bella si nuestra piel se aleja del origen de esa razón. Todas las revoluciones mueren por alejamiento. Todo revolucionario se convierte en reaccionario y todo gran creador, en imitador de sí mismo.

Me considero un activista que hace lo que puede. Me enseñaron algunas normas que están bien para andar por el mundo; especialmente, cuando se pierde el sentido y sólo queda la máquina. Puede que golpear hacia arriba no sea siempre lo justo, pero lo es casi siempre y, además, tiene una consecuencia de lo más útil a efectos personales: los golpes que se reciben son tan duros que, si no te matan, te devuelven el sentido de las cosas. Sirva la sorna de mi divagación a quien lo necesite.

Madrid, mayo.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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