Antígona · 10 de septiembre de 2014

Si la historia ha tomado una decisión y yo he tomado la mía, sobran argumentos. Nada tengo que decir, va cantando mi mente —cantando a su modo, que es de silencio obsesivo— cuando cruzo cerca de la Cava: rojo el semáforo para ellos, verde para mí, rojo y negro el cielo nocturno y grises los adoquines. Viene un coche, de los que cuestan muchos años de mi vida. No va a parar. Lo gritan la velocidad y la distancia, calculadas por esa mente que, si tuviera sentido común, me obligaría a correr como el ganado, hacia la acera. Frente a los hechos consumados del poder, te apartas o Hades. Siempre ha sido así, pero más aún cuando el poder se despoja de la máscara de la misericordia y decide ser poder desnudo con todos los semáforos en rojo y todos los cuerpos solos, éste, por ejemplo, cuerpos de clase social inferior. Pues bien, Hades. En el tiempo que falta para el impacto, lanzaré mi bolsa al parabrisas y después, si frena, si no acabo «en la playa de Aqueronte», seré la muerte de quien conduce.

Madrid, septiembre.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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