Ciudad que cae · 14 de abril de 2015

I

Pasa el 14 de abril y, a veces, un niño sale a pasear, mira entre las zarzas y encuentra la galería de un acueducto romano. Dos milenios, más o menos. Ocurrió hace poco.


II

Cruces, más cruces, decenas de miles de cruces, cientos de miles de cruces entre ángeles y más ángeles. Me sorprende lo mal conservadas que están. La imaginación de mi ingenuo ―personaje episódico, pero influyente― se había emperrado en que, siendo la incultura del país una incultura de cruces, daría atención de sobra al cementerio más importante de Madrid. Quia: se cae a trozos donde no es ya trozos, y hay tanto cascajo que parece una glera.


III

Mundo cáscara, ¿por qué no dinamitas la Cruz de los Caídos?


IV

Aquí fue donde Anita se enamoró del marajá de Kapurzala, y por aquí se dejaba caer el gran dramaturgo republicano que corrigió su nefasta caligrafía, para que no hiciera el ridi en sus misivas amorosas. Empezó como frontón, siguió como salón de varietés, pasó a ser cine, pasó a teatro y, al final, volvió a ser cine. Ahora no es nada, doble negación que, en castellano, siempre tiene restos. Lo han tirado todo menos las paredes externas y la columnata del nártex.


V

Parafraseando a Shakespeare: No estáis hechos de madera, no estáis hechos de piedra. No es bueno que os sepáis sus herederos, porque podría ocurrir cualquier cosa.


VI

Pasa el símbolo 14 y no se oye. Es como la ciudad que cae.


Madrid, abril.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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