Días de Gaza · 31 de diciembre de 2008

Esta tierra es mía, dice el desquiciado de Estado, raza y dios único, aunque con los dioses da igual uno que catorce. La tierra sólo para él y para los suyos, es decir, para lo que él y sólo él entienda por familia; porque en última instancia, lo de las religiones y las tierras no es más que una forma de dar aspecto político a la camorra.

En un mañana improbable, el afuera pondría firme al adentro y fin de la cuestión. Entonces se empezaría a hablar. Pero al margen de lo que el nuevo Gobierno de EEUU quiera o pueda hacer, los avances posteriores seguirían en manos de unos gobernantes que ya no hablan el lenguaje del Derecho, por muy distorsionado que estuviera en su boca. Atras quedaron la OLP de inspiración laica y el Israel laborista, con sus kibutz para turistas anglosajones. Lo de hoy es distinto. Barbarie, se llamaba, hasta que el pensamiento débil dijo todo es barbarie y nos puso relativistas.

(Cien muertos, doscientos, trescientos, miles para el juego de suma cero. Si los muertos no fueran tan reales como la involución ética de los que sobreviven al campo de batalla, sería simplemente una farsa.)

«Seremos un pueblo cuando olvidemos los dictados de la tribu; cuando el individuo se dé a los pequeños detalles», escribía Mahmud Darwix en «Si es que queremos» (La huella de la mariposa). Por desgracia, los renglones de hoy no van en la dirección del poeta palestino, fallecido el pasado 9 de agosto en Houston; se han escrito con lógica de la Edad Media y llevan ilustraciones de sinagogas y mezquitas. Que hasta el más antioccidental de sus autores fuera capaz de descuartizar a su madre por salir en televisión y llevar coches de lujo, es cuestión aparte.

La guerra de Oriente Próximo nos exhorta, más que ninguna, a encontrar respuestas sobre un debate que acaba de empezar. Formas de intervencionismo: quién, cómo, cuándo; guías prácticas, financiación, definición concreta de su alcance y dirección política. ¿Necesitamos una ONU capaz? Habrá que trabajar por ello, pero no es lo que se ve. ¿Necesitamos salir de la época de las potencias? Entonces hay que salir de la época de los Estados-nación. Porque es precisamente ahí, en ese último punto, donde se desnuda el problema. Cuando los palestinos renuncian a compartir país con los israelíes, se condenan a la derrota; cuando los israelíes insisten en un Estado puro, se condenan a la derrota; cada día que nos aleja del laicismo, nos condena a la derrota.

Feliz año.


Madrid, 31 de diciembre.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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