Política del cariño · 11 de febrero de 2009

Beatriz Corredor, ministra de Vivienda, ha planteado esta semana una de las iniciativas sociales más valientes y eficaces que se han visto en España. En plena recesión, en un país con precios del primer mundo y salarios del tercero, ante cifras de parados que se acercan a los cuatro millones y la desaparición fáctica del derecho a la vivienda, ese capricho de la Constitución que se incumple tan natural como sistemáticamente, opta por pedir a los bancos y a las Cajas de Ahorro que «miren con cariño a las familias».

La realidad, gran maestra, quiso que horas después de leer las declaraciones de la ministra me llegara una demostración de la sensibilidad de los bancos y, por inacción evidente, también del Gobierno: una orden de desahucio (las casualidades parecen un subproducto del sentido del humor). Pero al margen de casos personales, que por el mío no suma ni resta nada a los hechos colectivos, quizás haya llegado el momento de que empecemos a preguntarnos sobre la capacidad profesional de las personas que dirigen España. Y no me refiero exclusivamente a las de hoy, mezcla de buenismo, beatería y miedo al conflicto con los poderosos; ni a los de ayer, los ladrones de siempre, el clan franquista; ni a los de anteayer, santos e inmaculados padres de nuestra ya no tan joven democracia. Hablo en términos estructurales, con perdón.

Tenemos una clase empresarial que es incapaz de crear más tejido productivo que el derivado del ladrillo, la usura y la competencia con el entorno por el camino de los salarios bajos. Eso no es un problema simplemente económico, es decir, no es algo que afecte únicamente a lo que entendemos por economía sino a todos los aspectos de nuestra sociedad. No producimos ciencia; no somos nada en investigación; si hablamos de cultura, vivimos del pasado y del genio individual, que no ha dependido nunca de los gobiernos; nuestras exportaciones, las que nos van quedando, son de naranjas y aceite de oliva; y cuando alguna vez se abren vías de desarrollo reales, campos donde nuestra producción técnica puede tener algo que decir, la debilidad de todo el sistema, Estado incluido, se encarga de convertirlo en anécdota.

Estoy seguro de que saldremos de esta crisis, y también de que vendrán otras. Pero con independencia de los cambios que se produzcan más allá de nuestras fronteras, España necesita un programa reformista general que ningún Gobierno se ha atrevido a llevar a cabo desde la II República. También lo hemos visto esta semana con la cobardía del Ejecutivo ante la Iglesia católica, que arroja una duda especialmente inquietante sobre el proyecto del Partido Socialista actual: si no se atreven con lo más fácil, cómo se van a atrever con lo difícil. Nada, ni una sola cosa en lo que llamamos política, ha sido nunca una cuestión de cariño; salvo que quieran llenarnos de tanto amor que mañana, si tenemos la posibilidad de devolverlo, nos salga directo como un puño.

Madrid, 11 de febrero.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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