Dos salsas · 21 de septiembre de 2017
Hay mucha gente; mucha más que en mucho tiempo, porque el fraude de los cambios que no lo fueron y la debilidad del tejido social se combinaron con la desesperación y vaciaron las calles. Nada va bien en Madrid. Pobreza, precariedad, sálvese quien pueda. Se ha vuelto a la ciudad del mejor Galdós (no todo es bueno) y de cualquier Valle-Inclán (siempre enorme), con sombras de precipicios y tretas de vivos que intentan ganarse unos cuartos mientras los señoritos hacen prensa y toman copas. Pero hoy había mucha gente y, por encima, dos banderas: la republicana y la catalana.No, un momento, no se entusiasmen aún.
Aquí no ha pasado nada. El pueblo sigue sin darse cuenta de que debe pegar en serio. La izquierda política monta talleres en una cosa llamada Ayuntamiento (de ayuntar: juntar, añadir o realizar el coito). El sindicalismo brilla por su ausencia, porque el pueblo viejo aprendió que no se debe sindicar bajo ningún concepto y el pueblo joven ha ido a la universidad, es decir, a la deseducación. Desde luego, queda algún movimiento social: las PAH, empeñadas en luchar contra desahucios que, según el ayuntar de la izquierda política, no existen. Y también queda cultura, pero en las catacumbas, bien por la exclusión de los que no ponemos suficientemente el culo o bien, por la invisibilidad de lo que el sistema no reconoce ni subvenciona.
Y, sin embargo, Sol estaba llena.
Si buscaban una crónica de lo que ocurrió hace unas horas en el centro de mi ciudad, los habré decepcionado. Salimos en defensa de algunos derechos básicos; salimos ciertamente en defensa de Cataluña y quizá —ojalá— en defensa de la única España donde podrían caber todos, cuyo símbolo es la tricolor. Cuando llegué, la policía estaba identificando a la gente; cuando me fui, cuatro facinerosos de rojigualdas nos pegaban gritos al amparo de esa misma policía. Pero, en la noche del resto, no vi más política que el mundo de explotación integral donde la Benina de Misericordia, consciente de que no debe esperar gran cosa, se contenta con «un pedazo de pan» y «dos salsas muy buenas: el hambre y la esperanza».
Madrid, septiembre.
— Jesús Gómez Gutiérrez