Quince minutos · 18 de marzo de 2020
En la bolsa hay dos plátanos y un paquete pequeño de galletas. Son para el hombre de aproximadamente mi edad que duerme desde hace tiempo en la entrada de una sucursal bancaria: educado, pulcro, bien vestido hasta donde puede, uno de los que han ido cayendo ante la indiferencia criminal de los gobiernos del Reino. Cuando llego, está de pie, pensativo; me da las gracias, y yo le deseo suerte. Cuando me voy, se queda mirando el suelo, quizá buscando «el brío económico que teníamos antes del virus», según ha dicho el presidente en representación del Partido Socialista y sus organizaciones subalternas.Las calles están tan vacías como esperaba. Cuento una anciana con un perro, una joven que también ha salido de compra y dos hombres con aspecto de volver del trabajo, es decir, dos de esos canallas insolidarios a los que crucifican los fanáticos por el delito de conseguir que los fanáticos tengan luz y agua, por ejemplo o, por ejemplo, la conexión a Internet que necesitan para organizar autos de fe. Una anciana, una joven, tres hombres; cinco en quince minutos de una capital con millones de personas; cinco en pleno centro y deprisita, no sea que la horda nos tire móviles. Pero sería injusto si no puntualizara lo siguiente: en este barrio, que vota por sistema a los responsables del desmantelamiento de la Sanidad Pública, hay tanta conciencia que salen a sus balcones de banderas rojigualdas y aplauden con más ahínco que los de Carabanchel. ¿Habrán descubierto el valor del bien común? ¿Será un acto de contrición? Algo me dice que no.
Durante el camino de ida y vuelta me acuerdo de lo que dijo otro presidente, José Luis Rodríguez Zapatero, en un país profundamente injusto que estaba a punto de serlo bastante más. A él también le gustaba la ficción social y, como los mentirosos tienden a creerse sus mentiras, afirmó que España se disponía a superar a Alemania en renta per cápita. Era el año 2007. Ahora es el año 2020. Entre uno y otro, el Reino nos encaramó a lo más alto de las listas europeas de pobreza, precariedad y desigualdad y se aseguró de no tener medios ni para mascarillas y pruebas, lo que Sánchez llama brío. Por desgracia, nadie pedirá responsabilidades penales.
Madrid, ciudad cerrada.
— Jesús Gómez Gutiérrez
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