Libertinaje · 30 de marzo de 2021

No hay mucho que decir sobre la noche de hoy; poca gente, casi nadie, lo típico de domingo a jueves; los clubs están vacíos, y habría que entrar en el Pasaje de Matheu —que es de terrazas— para encontrar un cuarto de mitad de clientela. En Cruz pasa lo mismo; también en Ángel, Cádiz, Barcelona, con la única diferencia de que, siendo estrechas las dos últimas, basta que tres personas se paren para que un fotógrafo avispado pueda tener su segundo de fama y decir: «eran legión». La imagen tiene una relación muy directa con la mentira, como todo lo fácilmente manipulable, esencialmente emocional y maravillosamente fácil de consumir. Pero Espoz y Mina es más ancha y, si nuestro reportero hipotético fuera listo, esperaría al viernes o el sábado, cuando los jóvenes cansados de la pobreza, el desempleo, la precariedad, los toques de queda, los encierros, la ausencia total de expectativas y el acoso de la policía salen en horas legales a hacer cosas legales y, salvo alguna excepción, en estricto y quizá sorprendente cumplimiento de las normas. ¿Quién no conseguiría entonces el momento buscado? Controlando la perspectiva, una manifestación de cien parece de diez mil; si plantas una cámara delante de un grupo de chavales, provocas tú mismo una melé y, desde luego, siempre queda la opción de vivir del trabajo de otros, entendido como el contexto creado por los listos anteriores.

Algo más arriba, junto al Callejón del Gato, otro de los hipotéticos grababa anteayer el interior de un bar. Desde enfrente, se veía que no estaba ocupado ni al cincuenta por ciento; desde el lateral, daba la impresión de estarlo al cien. Como es lógico, el amigo de la verdad periodística se puso en el lateral, y hasta es posible que consiguiera dos premios extraordinarios: convertir un local de oreja a la plancha en una discoteca de la costa y a seis o siete adultos madrileños, en ciento cincuenta millones de adolescentes franceses. Ahora bien, imaginemos que no fue tan fino o que, harto de chapotear en la vileza de los medios (de algo hay que vivir), renunció a aumentar el embuste. Y qué. Si convences a la población de que un campo de amapolas es una división del Ejército Rojo, no hay forma de fotografiar la nariz de un payaso sin que los ciudadanos de bien la tomen por una columna de tanques. Don Joseph Goebbels, padre de la objetividad mediática, dejó claro que se pueden crear amenazas sociales a partir de anécdotas y que, si los conceptos son suficientemente simplones, es decir, adecuados a la escasa «capacidad receptiva de las masas», cuela fijo. Además, tiene la ventaja de que sirve para causas de todas las tallas, desde endosar el incendio del Reichstag a los bolcheviques hasta inventar terrorismos anarquistas, acusar de pirómana a la primera italiana que pase o hacer de este Madrid «la fiesta de Europa», capital del caos, el vicio y el libertinaje.

Mientras salgo a Benavente, intento recordar las expresiones que explican este esperpento: cortina de humo, cabeza de turco, caza de brujas, etcétera. En efecto, es una forma barata de desviar la atención y la ira popular, y también es un error de bulto por parte de los sectores progresistas que le han dado pábulo, pensando que sus votantes son idiotas o que viven como ellos, lejos de la calle y contra la calle; pero, por muy dañinos que sean sus habituales resbalones sociológicos (ni siquiera se han dado cuenta de que no disparan contra Ayuso, sino a su favor), las estragos más graves no vendrán por cosas como la injustísima criminalización de la juventud y la opusdesina criminalización de la noche, sino por la irracionalidad, el fanatismo y la cultura de la obediencia que dicho sector está sembrando en la izquierda de todo occidente. Por desgracia, esa fotografía no es tan rentable y, cuando triunfe el toque de queda intelectual que tantos de ustedes piden a gritos, quedará lo mismo que en el toque de queda del que dudan nuestros progres: policía, silencio, policía, silencio. Espero que lo disfruten.


Madrid, marzo.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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