Caimán · 27 de enero de 2010

1. El cielo se abre sobre la isla, que esta noche es el punto situado entre los paseos de Moret y Ruperto Chapí y el final de la Calle de la Princesa. A la derecha, en la oscuridad de los árboles, se adivina el Museo de América; casi apetece acercarse y bajar hasta la Complutense. A la izquierda, la luz del intercambiador alegra la sobriedad del Ministerio del Aire y recorta las figuras de un grupo de mujeres, todas inmigrantes y en su mayoría jóvenes, que cruzan y se detienen en la marquesina del autobús de Aravaca; van a trabajar o vuelven del día libre; en sus caras, ateridas por el frío, se adivinan sueldos miserables y algún buen recuerdo del domingo que se va.


2. El niño juega con un montón de nieve sucia. Pisa, marca la suela del zapato, la borra y vuelve a pisar. Así, durante dos o tres minutos. Cuando se aburre, el montón de nieve no se parece nada al que había; pero se ha tomado tantas molestias en borrar las huellas que nadie sabrá de su paso.


3. Por el Madrid galdosiano de Benina y Almudena, la criada santa y el moro ciego de Misericordia, dos chavales cargan un colchón con la intención de dejarlo donde no estorbe; lo apoyan en el enrejado de una ventana, que es de casa vacía, pero cambian de opinión y lo apartan un poco, como si pensaran que el interior que se adivina polvoriento y sin muebles también merece luz. Al cabo de un rato aparece un viejo; se detiene, lo examina y lo sopesa. Tumba el colchón, lo agarra por donde puede y lo arrastra cuesta arriba con la dificultad de la edad y la ventaja del hielo, porque la noche está rasa y ha congelado la lluvia de la tarde.


4. A los pies de la Virgen de los Remedios, en la iglesia de San Ginés de Arlés, hay un caimán disecado que llevó allí el aposentador Alonso de Montalbán, quien al llegar a Portobelo en busca de alimentos sufrió la acometida «por tres veces» del reptil. También hay un caimán en el jersey del hombre alto y sin afeitar que permanece en silencio mientras su mujer se acerca a una de las mesas del Pasadizo y pide a una pareja, por favor, los churros que les acaban de servir con el chocolate. Así sopla el viento en la capital de la gloria. Del edificio original, donde bautizaron a Quevedo y se casó Lope, sólo queda el campanario.

Madrid, enero.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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