Viernábado · 9 de mayo de 2010

1. Coches enormes, relucientes, muchos, en convoy, y Hortaleza cortada. Me lo cuenta L. y discutimos de dónde puede ser el importante, tipo canoso. De aquí, no: los españoles tragan toda la mierda que les echen, menos el clasismo en las formas; tampoco alemán ni inglés, no sería serio; ni italiano, en ausencia de paramilitares con plumas; ni latinoamericano, en ausencia de paramilitares con plumas y chatarrería glam. La deducción con lógica de chiste nos deja EE.UU. o Rusia, y la duda se disipa cuando L. apunta y es verdad que ninguna de las del servicio secreto tiene formas; son soldados, no mujeres ni hombres ni avestruces, soldados. En la noche de Madrid, entre Maravillas y Chueca, el vicepresidente de los Estados Unidos.

2. Viendo la cola de Barco, frente a uno de los pocos locales remotamente asequibles que siguen abiertos, cabe la tentación de pensar que el problema del mundo no es tener o no tener, sino eso y la gerontocracia. Estamos gobernados por viejos muy especiales, con la edad que corresponda, pero viejos. No se puede comprar alcohol después de las diez. Todo cierra entre las tres y las tres y media. Si dos chavales se sientan en el suelo, les cae la policía. Y así. Pero no es dislate exclusivo de la derecha: la izquierda política pide lo mismo; en su empoltronamiento de zona residencial, quieren silencio y gritan: el circo es malo. Más que una crisis pos revolución neoliberal, lo de estos individuos es un proceso de desromanización galopante.

3. Aquí también hay cola, pero es del día siguiente, en el estanco de Callao, bajo la lluvia. Curiosamente, a pesar de que la tarde jugaba a gris y a negro, casi no hay nadie con paraguas. Yo, por supuesto, no lo llevo; es vicio. Tampoco lo lleva la chica de delante, cuya melena rubia chorrea de tal manera que al final ladea la cabeza y la estruja en plan fregona con lo que pone perdido al perro del cliente anterior, que andaba entrepiernando. Molesto, el perro se sacude: agua a las piernas de todos. Y la rubia chilla. Y el perro ladra. Y el dueño del perro le pega al perro. Y la rubia retrocede y me sacude un codazo. Y durante un momento, clavado su codo en mis costillas, existe la posibilidad de detener la secuencia o liberar el efecto dominó. La piel, más terreña, barrunta un cardenal.

4. Los dos amigos que se han sentado en un bar no son ni las únicas vidas atrapadas del establecimiento, que es barato, de vidas atrapadas, ni se sienten particularmente atrapados cuando llega el camarero: hoy tienen para pulpo y dos cervezas. En la televisión del fondo hablan del rey; sale el presidente, sale el opositor y todos sonríen, excelente, espléndido, estupendo, cielos despejados y flores en los parques, lo cual no produce demasiada bronca porque le han quitado el volumen. Los dos amigos comen y los dos amigos beben. Más tarde, N. adiós por Noviciado, J. ya en La Palma, la pantalla del ordenador muestra la misma basura en los periódicos y luego pasa a blanco con Times New Roman 12, pero no hay nada que decir.

Madrid, mayo.


— Jesús Gómez Gutiérrez


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