Matemática armada · 17 de julio de 2012
Según sus cálculos, esto es lo que tiene para cincuenta días: el equivalente a diez billetes de Metro de diez viajes, cinco paquetes de tabaco de liar y cinco librillos de papel. La comida está incluida en los diez billetes de Metro, porque sólo necesita cuatro. Y rascando de aquí y rascando de allá, existe la posibilidad de que los diez últimos días de los cincuenta no sean de andar mirando debajo de la cama, detrás de las puertas y detrás del arcón por si aún queda alguna moneda de las que se caen al suelo y se olvidan.
Pasan diez minutos, veinte minutos, cuarenta y cinco minutos, una hora. Según sus cálculos, ahora laborales, debería estar enfrascado en el libro que no le pagarán hasta tres meses después o en el libro que no le pagarán hasta cincuenta días después. Pero no puede. No le da. Es un día de final de trayecto, con sus emociones y sus exigencias imaginables. Diez billetes, cinco paquetes, cinco librillos a los que se dan vueltas en busca de un resquicio por donde asome un ingreso olvidado o, en el colmo de la fantasía, un indicio de que el año que viene, por estas fechas, no será peor.
Madrid, julio.
— Jesús Gómez Gutiérrez
Intelligentsia / La segunda muerte de la Complutense